MORBO asociados
La fuerza de la capitana Morgan motivó al comandante a seguir adelante con aquella asociación. Suponía un alivio observar como ella sabía desenvolverse mejor que él. Podía ver a la mujer de cincuenta y cuatro años en el fondo de aquel cuerpo joven. Habían prolongado la estancia en Astila hasta los dos meses, usando sus propias naves para el alojamiento. Tras la oposición rotunda de su capitana Alana Harrison, Bolton confió las dos naves que le quedaban a Karen. Comprobó cómo su criterio para las reparaciones era superado por los conocimientos de Kristen, la cual se aseguraba de que el comandante estuviera de acuerdo con las modificaciones. Con un rápido vistazo al destructor, Karen había reconocido los puntos fuertes y débiles del titán espacial. Su carguero era de envergadura parecida aunque se había sometido a múltiples modificaciones, agotando la mayoría de las ranuras de ensamblaje. Aquel destructor era de la misma envergadura recién salido de fábrica; disponía de veintiséis ranuras libres para su ampliación, pudiendo convertirse en un auténtico leviatán del espacio. Hasta que aquello pudiera llevarse a cabo, ofrecía algo mejor y más rentable a la nave insignia del comandante. Convocó a sus propios hombres para trabajar en las reparaciones del destructor. Acudieron Randy, su veterano ingeniero jefe, y un extraño personaje con larga barba negra. Sobre la cabeza llevaba un sombrero puntiagudo de neotejido que cambiaba de color. El traje espacial lo había programado para que pareciera una túnica con capa de colores fluctuantes. Se presentó como Simon Hoover, doctor en cosmofísica, genética y otras tantas especialidades que a Bolton se le escaparon. Su atención se centraba en la mirada perturbada de aquel personaje.
–No se preocupe, Bolton. Puede confiarle su nave, –Karen Kristen Morgan curioseaba tocando la consola de control recién instalada en el puente de mando –es el único científico humano que ha trabajado con el proyecto Primus y lo ha desarrollado con éxito.
–Puede confiar en mí, comandante. Trabajar con la instalación de un nuevo modelo Hoover en su nave será mucho más fácil que hacerlo en la Hagger. Quiero decir, la Centurión.
–Gladiador, –corrigió Morgan –Centurión lo usamos en el sector Aquari.
–Sabes que me falla la memoria desde aquel incidente, no me corrijas cuando me equivoco; como si tuviera relevancia un nombre falso u otro… –Volvió los ojos saltones de nuevo hacia el comandante. –Como iba diciendo, la instalación de un generador Hoover 2.0 será mucho más fácil en este destructor clase Púlsar IV.
–¿Generador Hoover 2.0? ¿De qué está hablando?
–Hablo del generador que yo mismo diseñé. Tengo todo el derecho a ponerle mi nombre y a registrarlo bajo mi huella genética. No quiero entrar en este tema, Morgan, me dijiste que no se me interrogaría. –El profesor se frotaba las manos con nerviosismo. Karen Morgan encendió un cigarrillo mientras manipulaba la imagen holográfica de la cubierta de artillería.
–Nadie le está interrogando, doctor. Bolton pregunta por curiosidad.
–Y, a parte del nombre, ¿proporciona alguna novedad ese cacharro?
–¡Cacharro! El cacharro puede proporcionar una potencia eléctrica a su nave del siete mil por ciento, comparada con su desarrollo actual. La capitana Morgan comentó que le preocupaba el blindaje de su nave, yo le proporcionaré a su Drakenstern invulnerabilidad contra veinte mil megatones de potencia de fuego. Toma cacharro, para metérselo por… donde te quepa, comandante. –Bolton enarcó las cejas y obvió el comentario despectivo.
–Eso es imposible, está hablando de sobrevivir ante un exterminador capital con todos sus recursos desplegados.
–El doctor Hoover ha conseguido hacerlo posible, comandante. Sé de lo que hablo. Es la mejor protección que puedo ofrecer, mucho mejor que la urita. –Comentó la capitana Morgan, que ampliaba la imagen de la drakenstern y observaba las reparaciones en tiempo real.
–Mi generador Hoover 2.0 le proporcionará, además, un sistema de contramedidas por láser que aumentará la eficacia en ocho clics de distancia radial esférica. ¿No es fantástico? No, porque todavía hay más. Es completamente gratuito. El millón novecientos treinta y ocho mil doscientos cincuenta y tres céntimos que cuesta, lo aportamos desinteresadamente de nuestro bolsillo.
–Doctor, no empiece otra vez. Quedamos en que había que equipar adecuadamente a cada una de las naves. Es una inversión a largo plazo.
–Coincido, si tenemos que reparar con frecuencia las naves, nuestra empresa solamente ganará para pagar desperfectos.
–De acuerdo, capitana. Nada más que decir. ¿Puedo iniciar la instalación del cacharro, comandante? –Bolton asintió, sin disimular una sonrisa. Los ojos saltones del doctor Hoover habían cobrado una extraña solemnidad.
–Proceda como crea conveniente, doctor y disculpe por haber llamado cacharro a su generador Hoover 2.0, le estoy muy agradecido por instalarlo desinteresadamente en mi nave.
–Eso está mejor, comandante. Acepto sus disculpas. Ahora, todos fuera del destructor.
–¿Es indispensable? –preguntó el comandante.
–Me gusta trabajar solo y ya es suficiente con aguantar a Randy quejándose de su reuma. Fuera de aquí.
Bolton fue arrastrado por la capitana hacia el núcleo principal de la estación. Deseaba supervisar las reparaciones en persona aunque se permitía más tiempo de ocio desde su encuentro con Morgan. Su confianza en ella era total y eso le había generado un roce con su propia capitana. Sentía a Alana celosa. Todavía no había digerido la nueva situación tras la batalla de Perseus cuando le anunció aquella alianza.
Llegaron a la biosfera artificial de la estación; Karen se introdujo en el primer autoservicio y sacó dos consumiciones energéticas. Lanzó uno de los botes al comandante, que lo atrapó con buenos reflejos. Sacó una cajita del compartimento de su antebrazo mientras tomaban asiento en una mesa. Dos píldoras y las tragó con el primer sorbo de su bebida.
–Hemos conservado la fragata pesada Gavilán y está reabastecida. Como ha sido la que menos daños ha sufrido, ha bastado con unas pocas cargas de nanobots y el reemplazo de dos torretas de cañones. Aún así se ha llevado el diez por ciento de nuestros fondos. Esta estación está resultando abusivamente cara.
–Te lo dije, Morgan. Cada vez que he negociado con el jefe de la estación, me he sentido estafado.
–Suelen tener esa actitud ante los desconocidos. Muchos traen problemas a las estaciones limítrofes. –Morgan consultó su terminal. –El jefe se llama Jenkins, si no me equivoco.
–Así es, ¿lo conoces?
–He hablado cinco o seis veces con él, un tipo arisco. –Morgan vació el contenido del bote de un trago. –Le haremos una oferta como cuerpo de seguridad privado. Estas estaciones organizan caravanas de suministros por todo este sector. Alguno necesitará refuerzos. –La capitana se puso en pie, forzando al comandante a apurar su bebida tan rápido como ella. Los dos se dirigieron al módulo principal, situado en el tubo central de la biosfera artificial.
–Hablas tú, yo no tengo paciencia para ese tipo.
–Por supuesto que hablo yo, no dejo los negocios en manos de cualquiera.
Los dos tomaron el ascensor principal del tubo y se dirigieron a las oficinas centrales, en lo alto de la estación espacial. Las puertas ofrecieron la vista de medio centenar de operarios manipulando imágenes holográficas y emitiendo órdenes tan diversas como necesidades había en Astila. Los dos avanzaron por el espacio que quedaba entre los trabajadores hacia el despacho principal. Al otro lado, les llegó una voz que los recibía aparentemente molesto. La puerta de seguridad se deslizó lateralmente y, tanto comandante como capitana, entraron en el habitáculo.
–Rápido, tengo que llenar un carguero de grafenita antes de medio ciclo.
–Jefe, soy la capitana Morgan. Nos preguntábamos si necesitáis alguna nave de escolta.
–¿Cuántas podéis ofrecer? Necesito enviar un convoy de grafenita a Caprinus 5, satélite Hercia. Tiene que salir en nueve ciclos y todavía no he contratado protección.
–Podemos hacernos cargo. Ofrezco un navío espacial de guerra. Nos llevamos el veinte por ciento del valor de la carga.
–Os llevaréis el siete por ciento y una advertencia, es un sector complicado, los piratas Karlan están revueltos.
–El veinte, Jenkins, no negociamos con el porcentaje de las ganancias. –La capitana sacó su terminal y consultó los valores de la materia prima. –La grafenita se paga a dos mil créditos por tonelada en Caprinus, ¿cuántas naves hay que proteger?
–Cinco cargueros, diez mil toneladas en cada bodega. Si va a enviar tan solo un navío de guerra debe cumplir unos requisitos mínimos. ¿Dispone de dispositivo de microsalto?
–En todas nuestras naves, eso no es un problema.
–¿Armas de largo alcance?
–Cinco tubos de lanzamiento de torpedos y seis torretas lanzamisiles. Disponemos de munición pesada Shark IV, Eagle Torch y de calibre medio como los misiles de asedio Shinobi o los Blackbear. La Gladiador dispone de veinte torretas armadas con cañones y otras ocho de tuboláser para repeler una confrontación directa. Tiene los datos técnicos recién enviados a su terminal.
–Es un carguero pesado, ¿me toma el pelo?
–Es considerado un destructor ligero tras las modificaciones. Cumplimos las exigencias tanto en blindaje como en armamento.
–Coraza de urita, por lo que veo. Han hecho un trabajo excepcional; de todas formas es arriesgado mandar un solo carguero de guerra por la ruta de Karlan. Le ofrezco el doce por ciento de la carga y estoy siendo generoso.
–El veinte por ciento y eso compensaría el precio desorbitado de sus instalaciones. Además, tenemos una nave de refuerzo, por si las cosas se ponen feas.
–Creo que contrataré a otros para la protección, no dais vuestro brazo a torcer. –Morgan usó otra táctica para ganar la negociación.
–¿Cuantas naves de guerra tiene atracadas en la estación, jefe Jenkins?
–Tres, exactamente.
–Las tres son de nuestra propiedad. Accederé a que me contrate por el quince por ciento si nos deja las reparaciones a precio de costo más gastos de personal.
–Así salgo yo perdiendo. De ninguna manera.
–Pues acepte mis condiciones, aquí no hay naves equipadas para un enfrentamiento; salvo por un puñado de cazas mercenarios y cargueros ligeros pobremente armados. Puedo asegurar que ninguno sobreviviría al ataque de una simple corbeta. Con ellos contrata probabilidades, conmigo obtiene garantías. –Jenkins se frotó la barbilla con ojos desconfiados.
–Trato hecho, que el oficial de mayor rango firme con su huella genética. Quiero ver a su nave preparada dentro de nueve ciclos en las coordenadas del contrato.
–Así será, estaremos puntuales. –El comandante extendió su dedo índice hacia el lector que le ofrecía el jefe Jenkins. Bolton notó el escozor de la ligera quemadura en su dedo.
–Usted también, como representante de MORBO asociados. –La capitana ofreció su pulgar. Jenkins guardó el aparato con una sonrisa de satisfacción. –Otra cosa más, se le pedirá el cincuenta por ciento de responsabilidad por la pérdida de la carga.
–A mi primogénito no nato, ¿también lo quiere? –protestó Morgan.
–Es una medida que debemos tomar, nadie nos asegura que su nave asalte el convoy y huya con la carga. Si incumplen su contrato, daré parte a la Asamblea de Comercio, ya sabe lo que eso significa. –Morgan tuvo que morderse la lengua para no volar el acuerdo por los aires.
–Espero que esa condición sea negociable en el futuro.
–Si se muestran leales, no tendré objeción en anularla. Lo hago por precaución. Han pasado por aquí otros insensatos que lo han intentado y han encontrado más problemas de los que podían resolver; no les recomiendo que sigan ese camino. Ahora márchense, tengo trabajo.
Bolton guardaba silencio y estaba visiblemente molesto. Había prometido dejar las negociaciones a Karen aunque ahora no creía que fuera un buen trato. Aquel Jenkins bien pudiera haber preparado una emboscada a su propio convoy. Una vez de vuelta en la biosfera artificial, Bolton tuvo que despejar sus interrogantes.
–Responder por el cincuenta por ciento de la carga es asumir un riesgo muy alto, Morgan. ¿Ha contemplado la posibilidad de una emboscada? No me fío de ese Jenkins en absoluto.
–Puedes estar seguro de que nos esperan sorpresas. Vendrás conmigo en la Hagger. Necesitas aprender un par de cosas para aplicar a la Drakenstern.
–Hay algo que no he comprendido bien. ¿Qué pasaría si incumpliéramos nuestro contrato?
–Que Jenkins nos denunciaría a la Asamblea de Comercio y nos perseguiría hasta que pagáramos hasta el último crédito de nuestra sanción.
–¿Y si no es posible la devolución? Digamos que te has gastado todo el dinero. ¿Qué pasa entonces? ¿Te condenan a muerte?
–Nada de eso, los muertos no son rentables. Te embargarían el cuerpo y trabajarías para la Asamblea de Comercio hasta saldar tu deuda. En otras palabras, te convierten en su esclavo. Estás muy verde en esta clase de temas, comandante.
–Nunca he firmado tratados comerciales, esta es la primera vez.
–La economía es tan importante que opera al margen de la confederación. Puedes meterte en toda clase de conflictos políticos, criminales o sociales; incluso ser un desertor y conseguir no ser detectado. La galaxia es demasiado grande como para que puedan encontrarte y hay tantos casos para la Autoridad que solo se ocupan de los más destacados. Sin embargo, la Asamblea de Comercio te rastrea a través de tu huella genética hasta dar contigo, no importa dónde te encuentres. Solamente ellos hacen uso de la huella genética. Disponen de un cuerpo de agentes de la Autoridad propio y son los más implacables.
–Esclavitud… no puedo imaginar un destino más funesto.
–Puedes estar seguro. Una vez que has saldado tu cuenta, te dejan libre; siempre que no te reclame la Autoridad por otra causa.
–En resumen, si incumplimos el contrato, estamos jodidos. ¿No te parece que debemos preparar un plan?
–Vayamos a mi nave, es el lugar perfecto para hablar con tranquilidad.
La serie continua con Contacto y hundido