
Garantía de placer
El senador Octavio Crexio llegó oculto bajo una túnica encapuchada. Sus cuatro esclavos habían despejado la entrada del prostíbulo para evitar miradas indiscretas. Una mujer madura salió a su encuentro. Dirigió a su nuevo huésped hacia el interior del local, encabezando la fila. Las flautas sonaban desde alguna de las salas de aquel sótano, acompañadas de una suave percusión. Crexio avanzó con lentitud, intentando orientarse en la penumbra. Su cuerpo, de barriga crecida, rozaba con mesas y taburetes.
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