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Salvaje Oeste

Ganador nato

  • 12 junio, 20163 marzo, 2019
  • por Naranja Samuran
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Grant Holly entró en el pueblo a lomos de su caballo. Su montura trotó por la calle principal hasta la plaza del ayuntamiento. Jinete y montura dejaban una estela de polvo a su paso. Caía la tarde en el momento en que Holly ataba las riendas al lado del abrevadero. Quitó la silla a su caballo y fue directo al hotel. Entró en el edificio de madera con el revólver asegurado en su cinto. Un hombre calvo, de mirada torva y bigote rizado, se dirigió a él. El aspecto del viajero dejaba que desear. La barba cubría su rostro por completo. El polvo de meses de travesía seguía adherido a él.
–Espero que pueda pagar una habitación. Se cobra por adelantado. –Grant dejó dos dólares de plata en el mostrador de madera.
–¿Cuánto tiempo puedo quedarme? –El hostelero miró las monedas y las examinó con minuciosidad.
–Una semana, damos tres comidas al día que entran en el precio. Tendrá forraje y agua para su caballo, el chico lo llevará a los establos. Usted puede descansar aquí –el hombre dejó una llave atada a una herradura –. Es la tercera puerta del pasillo. ¿Sabe escribir su nombre?
–Leer, escribir y contar. Soy un privilegiado. –Grant Holly sonrió con afabilidad. El gesto le quedó amenazador.
–Firme el libro de contabilidad. Ponga su nombre completo y su rúbrica. –Grant dejó la silla de montar en el suelo y tomó la pluma entintada.
–Listo, señor…
–Horace. Soy el dueño del hotel. El desayuno es a las ocho, damos el almuerzo al medio día. La cena es a las ocho de nuevo. Todo lo que consuma en el bar del salón va por cuenta suya.
Grant asintió, tomó la silla de montar y subió hasta su habitación. Había una cama, un orinal y una bañera de bronce. De sus alforjas sacó una bolsa de tela reforzada. Tomó un puñado de monedas del interior y las sopesó en su mano. Había encontrado el saco en el camino, cuando tuvo que cagar aquellos frijoles mexicanos. La bolsa estaba oculta bajo unos matorrales, con parte de las monedas esparcidas. El brillo argénteo atrajo su atención. Fue la primera vez que agradeció una comida en mal estado.
Bajó a ver a Horace con el saco de plata. Solicitó que llenaran su bañera. Pidió, además, los servicios de un sastre y un barbero. Tenía intención de jugar aquella misma noche, no podía hacerlo vestido como un vagabundo. Por último le pidió que guardara su pequeña fortuna en la caja fuerte del hotel. Horace lo hizo pasar a su despacho. Apuntó la cantidad tras contar con paciencia mil ochocientos treinta y siete dólares. Tomó la bolsa y la introdujo en la caja de seguridad. Grant guardaba en su bolsillo las monedas que había sacado del pequeño saco. Ofreció tres de ellas a Horace para que pagara al barbero y al sastre. La actitud del hostelero fue mucho más sumisa en aquella ocasión. Observó el salón del hotel, estaba lleno. Muchos estaban jugando al póker. El vértigo del juego se acumuló en su estómago. Era un tahúr avezado, forjado en los salones de Dallas. Su vida eran las cartas. La pasión que sentía por el juego le había ocasionado enfrentamientos inevitables. Tuvo que hacer uso del colt más veces de lo que había querido. Su manejo del revólver igualaba a su capacidad de juego. Grant Holly esperó con paciencia a que la hija de Horace llenara la bañera. La chica se presentó como Judith. Hablaba nerviosa. No esperó a que la joven terminara de llenar la bañera. Se quitó su ropa gastada y comenzó a lavarse. La chica de catorce años huyó intimidada.
El barbero dejó dos gruesas patillas en su rostro. Llegaban hasta el mentón. El tahúr confesó que aquel afeitado atraía la suerte. Cuando fue el turno del sastre, Grant Holly estaba inquieto. Deseaba echar algo al estómago y comenzar el juego. Al salir de la habitación parecía una persona respetable. Se abrochó el chaleco y tapó su colt con la chaqueta oscura recién cosida. Tomó los restos de un estofado con mucha zanahoria. Con el estómago lleno, se aproximó a la mesa de póker central. Se jugaba con fichas de madera, decoradas con el emblema del hotel: una doble hache sobre un fondo rojo. Se presentó con su nombre completo.
–¿Podría unirme a la partida, caballeros? –Los parroquianos lo miraron con desconfianza. Fue un joven el que ofreció el asiento de su derecha. Le quedaban menos fichas que a la mayoría. Su nombre era Tomas. Grant estrechó la mano mientras repetía su nombre de pila.
–No puede unirse, estamos en un juego privado. –Quien habló fue Max, el alcade de Peakok River.
–¿Les importa, entonces, si me quedo a asesorar a mi amigo Tomas? –Todos se rieron a la vez.
–Tomas el porquero no ha ganado nunca una mano, tiene mala suerte. Es así desde que nació. –Bruce el zapatero igualaba la apuesta del alcalde.
–Jugaré con usted, Tomas –el chico asintió y ofreció sus cartas a Grant –. Si logramos ganar, tomaré el diez por ciento de las ganancias, creo que es justo.
–De acuerdo. No creo que dure mucho. Iba a abandonar la apuesta.
–No, amigo Tomas. Quiere apostarlo todo.
–¿Antes del primer descarte?
–Así es, justo antes. Todo dentro, señores.
Willis, el carnicero, abandonó su mano con un resoplido. Tenía menos fichas que el joven Tomas. El alcalde Max Tyrell igualó la apuesta. Bruce el zapatero también continuó. Cuando se desvelaron las manos, Tomas ganaba con una escalera baja. Las manos se sucedieron con resultados opuestos. Pronto fue Grant el que impuso su juego. Cuando el joven Tomas se envalentonaba, Grant lo frenaba y rechazaba continuar con la apuesta. Ganaron una de cada cinco manos hasta hacerse con todas las fichas de la mesa. El porquero había ganado el dinero de dos años de matanza. Max Tyrell no olvidó al Tahúr. Le ofreció una partida privada para la siguiente noche. Grant aceptó sin reservas. Después de hablar brevemente con Horace, el alcalde abandonó el hotel.
A la mañana siguiente se levantó con un fuerte dolor de cabeza. Había pasado casi toda la noche en el burdel del pueblo. Pasó el día como un alma en pena hasta que llegó la hora de juego. Se arregló para la ocasión y bajó al salón del hotel. El alcalde iba acompañado por otros dos hombres, uno de ellos era el sheriff. La estrella dorada que lucía en su pecho así lo identificaba. No imponía ningún respeto. Era bajo y rechoncho, con cara redonda y pelo lacio de color negro. Llevaba unos anteojos sujetos a sus orejas por dos patillas de estaño. Max atrajo la atención de Grant.
–Quiero presentarle al sheriff, Mark Wender. Jugará con nosotros.
–Encantado. No espere ganar.
–Eso ya lo veremos –respondió el sheriff con voz aflautada.
Los hombres ocuparon la mesa más amplia del hotel. Jugaban el alcalde Tyrell, el sheriff Wenda, Bruce el zapatero, Grant Holly y Horace. Aquella noche el salón estaba reservado únicamente para ellos. El tahúr apostaba ligero. Le costaba implicar a los demás jugadores. Todos acababan abandonando sus cartas. Todos se miraban de reojo pendientes de otro asunto. A Grant no le importaba aquella falta de concentración. Poco a poco iba ganando fichas.
–Ayer me desplumó, señor Holly. Lo peor es que casi todo mi dinero se lo llevó Tomas el porquero. Ahora no querrá vender su granja. Tengo una racha de mala suerte que dura demasiado.
–Entonces no debería estar jugando –dijo Grant. Estaba más apagado que el día anterior. Calmaba la resaca con largos tragos de whisky.
–Un hombre como yo, señor Holly, decide su propia suerte. Por eso he querido jugar hoy con usted. Estoy convencido de que mi mala racha termina hoy.
–Permítame disentir, señor alcalde. –Grant barrió de nuevo las fichas hacia su montón. Ganaba con tres reyes. El alcalde hizo una seña a Horace.
–¿Ahora? Pensaba que esperaríamos a… –El alcalde lo interrumpió con un puñetazo en la mesa.
Grant Holly quedó enmudecido ante aquel repentino enfado. Sintió que la tensión había crecido. Con disimulo, desató la tira de cuero que mantenía su revólver inutilizado. El sheriff lo miraba detrás de aquellos anteojos con mirada nerviosa. El alcalde mantenía una tensión feroz sobre él. Horace regresó con el saco de monedas de plata que Grant le había confiado. Lo dejó caer sobre la mesa. Algunas monedas saltaron a la tabla, mezclándose con las fichas de madera. El sheriff Wenda se levantó de su asiento. Quería imponer algo de respeto ganando altura. Grant le dirigió una mirada compasiva.
–¿Se puede saber qué ocurre aquí? –el alcalde habló con voz iracunda.
–Mi suerte se torció hace dos meses, cuando asaltaron la diligencia de Tucson. Esperaba en ella una enorme fortuna. Los fondos que me permitirían comprar todo este pueblo. ¿Sabe lo que se siente al perder la mitad de su riqueza?
–Comprendo su frustración aunque no sé qué tiene que ver conmigo.
–Ese saco, las monedas… Son las mismas que yo esperaba hace dos meses. –El alcalde lanzó una de las monedas a Grant. –Son dólares Morgan, acuñados el pasado año. Observe la fecha. Yo mismo proporcioné la plata para su elaboración. Mi pregunta es la siguiente: ¿qué hace usted con mi dinero? –Grant tragó saliva. Las miradas estaban fijas en él. Se tomó un tiempo antes de contestar.
–Es una historia difícil de creer aunque espero que haga un esfuerzo y me escuche. –El sheriff Wender había desenfundado su revólver y encañonaba con fingido disimulo a Holly.
–Adelante, pues.
–Lo encontré en el camino. Me llamó la atención un brillo entre los matorrales. Mi sorpresa fue enorme cuando descubrí este saco repleto de dólares. Si es usted el legítimo dueño, no tengo ningún reparo en devolverlo.
–Claro que lo hará, va a devolverlo todo. Nos dirá donde está el resto de la plata.
–No lo ha entendido. No sé quién se llevó su dinero. Puedo devolverle este saco.
–Pues más le vale recordarlo. Sheriff, llévese a este forajido. Lo torturaremos hasta que nos diga dónde está el resto de su banda.
Wender le indicó que se levantara con el cañón del revólver. Bruce el zapatero se marchó del salón como alma que lleva el diablo.
Con lentitud, Grant vació su vaso de whisky. Dejó las cartas sobre la mesa y se levantó despacio. Sin pensarlo, agarró la mesa con ambas manos y tiró de ella hacia arriba. Fichas, cartas y monedas de plata salieron volando por el aire. La mesa cayó sobre el sheriff Wender, desequilibrándolo y otorgando a Grant Holly el tiempo suficiente. El alcalde Tyrell cayó de espaldas al suelo, proyectado por la fuerza de la mesa. Escuchó el disparo y vio caer al sheriff Wender a su lado con la frente perforada. El alcalde se cubrió detrás de la mesa, desenfundando su revólver. La bota con espuelas de Grant se lo arrebató de las manos. El cañón humeante del tahúr lo apuntó entre las cejas.
–Tenía razón, alcalde. Su racha de mala suerte termina hoy. –Disparó sin remordimientos dos veces. A continuación, tomó del suelo la bolsa de monedas y se dispuso a salir de la habitación. No contaba con Horace, el hostelero. Se había resguardado detrás de la barra de recepción. Apuntaba con un Winchester al tahúr. Grant tuvo los reflejos de interponer la puerta entre las postas y él. Se quedó tumbado en el suelo, fingiendo haber sido alcanzado. El teatro surtió efecto. Horace tardó treinta latidos en salir de su escondrijo. Su naturaleza precavida hacía que avanzara con lentitud. Grant no le dejó llegar hasta él. Disparó las tres balas que le quedaban en el colt, matando en el acto a su adversario. Volvió a incorporarse y examinó su cuerpo. Encontró un agujero de posta en su chaqueta. Por lo demás, estaba ileso. Fue a su habitació y tomó su equipaje. En cinco minutos estaba en los establos. Una vez ensilló su caballo, abandonó Peakok River. No tardó en escuchar las campanas de alerta. Tendría que cabalgar toda la noche. Maldijo aquel pueblo y clavó espuelas en su caballo.

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Naranja Samuran
Investigador de lo paranormal y escritor pulp, ha publicado la novela "En Fase" bajo el nombre de Samuel Pérez Mombiedro, su identidad de esclavo. Actualmente, Naranja Samuran está preocupado por dar a conocer su trabajo con el fin de liberar las mentes esclavas que han sido muy bien adoctrinadas por el sistema.

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