Entrega poco habitual
La niebla era densa a aquella hora de la madrugada. Condujo el coche con lentitud a través de la ciudad. Adivinaba la luz de los semáforos por el resplandor distorsionado que se proyectaba en el parabrisas. Tras dar tres vueltas a la manzana, vio la silueta de su contacto. Esperaba bajo la farola habitual. Detuvo el coche a su altura. Mark subió con rapidez, chocando la mano de Nick en el proceso.
–Sigue por Johnson hasta la avenida Lincoln. Al final, hay una casa abandonada.
–Con esta niebla no sabré orientarme.
–Te indico yo. Tuerce a la derecha y sigue recto hasta el siguiente semáforo. Supongo que tienes el encargo preparado.
–No voy a soltarlo hasta que me entregues la pasta.
–Te llevo directo hacia ella. Tendrás que subir conmigo. Quiere entregártelo en persona.
–¿Maxwell otra vez? –Nick detuvo el coche en el semáforo.
–Eh, eres tú el tipo atractivo. Yo me sentiría alagado. Gira aquí, es al final de esta calle.
–Mientras tenga mi dinero, puede verme las veces que quiera.
El vehículo llegó como una mancha luminosa atravesando la oscura condensación. El vecindario parecía muerto salvo por el estruendo que surgía al final de la calle. Según se aproximaba, los signos de actividad eran más evidentes. En las escaleras de la entrada, seis chicos esperaban la llegada de la mercancía. Nick y Mark pasaron por delante de ellos. Atravesaron la entrada principal, descubriendo un salón repleto de jóvenes en plena ebullición. Por el espacio atestado, Nick supuso que habría cincuenta personas. La música ensordecía las indicaciones que Mark le contaba al recién llegado. La mezcla de bailes con competiciones de chupitos planteó en Nick su periodo universitario, pocos años atrás. Subió las escaleras detrás de Mark. Continuó hasta llegar al último piso. Frente a ellos un portón de talla elegante, enmarcado en columnas y negro por completo, se abrió en cuanto Mark posó sus nudillos.
Vio a Maxwell con la mirada entrecerrada, detrás del escritorio. Su pelo estaba suelto y media sonrisa asomaba detrás de sus delgadas manos, colocadas en forma de pirámide frente a ella.
–Hola, señora Maxwell. Me alegro de hablar con usted en persona, de nuevo.
–Querido, llámame Joanna. Deja las formalidades, me has causado buena impresión desde nuestra primera visita. ¿Tienes el encargo? Hay una fiesta que abastecer.
Nick sacó de su bolsillo interior un paquete voluminoso. Lo dejó sobre el escritorio, frente a Maxwell. Ella abrió el contenido. Hizo una seña a Mark, que se lanzó a probarlo con demasiada ansiedad. Esnifó aquella línea blanca y dio su veredicto.
–Es buena. Mejor que la que trajiste la última vez, desde luego.
–¿Nos servirá?
–Desde luego, eso espero. Es lo mejor que he probado en mucho tiempo.
–Entonces tendré que pagarte, Nick. Un kilo, a cincuenta el gramo, son cincuenta mil. –Dejó un fajo de billetes frente al hombre. Nick lo guardó sin mediar palabra. Mark elevó la voz. Una chica pasó al despacho. Tomó el paquete y lo bajó a la planta baja. –Te he dejado un poco más de dinero, por las molestias. ¿Bebes algo? ¿Un whisky, tal vez?
–No, gracias. Ya me iba. –Tras intentar levantarse, Maxwell lo frenó con una expresión de ruego.
–Eh, Nick. Estamos de fiesta. Quédate a tomar algo. Una copa, al menos. –Aquella mirada lo presionaba suficiente como para replantearse la idea. Le convenía agradar a Maxwell un poco más.
–Una copa no me hará daño. He visto que tenían ron. Uno doble estaría bien.
–Me alegro de que te quedes. Será el principio de una gran amistad, lo prometo. –La mujer hizo una seña al otro chico. Su voz marcaba una diferencia solo perceptible por el objetivo de aquellas palabras. –Mark, cielo, prepara la bebida de tu amigo con especial afecto. Tenemos a un caballero al que satisfacer.
–Si no es mucho preguntar, me gustaría saber qué están celebrando.
–Ah, la fiesta… es por la llegada del elegido. Una celebración conceptual que llevo organizando algunos años, no te alarmes. Por estas fechas, mi marido falleció. Fue una pérdida que sufrí con mucho pesar. Cuando me repuse, decidí convertir el día más triste de mi existencia en algo opuesto. Guardo la esperanza de encontrar a mi siguiente media naranja en alguna de estas ocasiones.
–¿Y cree que lo ha encontrado?
–Puede que sí.
Mark llegó con la copa y se la ofreció a Nick. Este había observado mejor a Maxwell. Había rebasado los cuarenta y, sin embargo, tenía un enorme atractivo. Parecía más joven a cada segundo que la observaba. La conversación era cálida, cercana. El tiempo volaba frente a ella. Cuando comprobó que su boca solo tocaba el hielo del vaso, notó cierta rigidez en el cuerpo. Mark tomó el vaso, a punto de caer al suelo. Se limitó a rellenar los silencios de Joanna con frases sarcásticas.
–Perdón por la pregunta pero… ¿qué relación hay entre vosotros?
–¿A qué viene eso? ¿Es por si formamos pareja? No debe preocuparte, Nick. Puedes disfrutar de mi compañía el tiempo que quieras. Te convertiré en el elegido.
–Tal vez fuera buena idea, si pudiera moverme…
–Ah, eso significa que te está haciendo efecto. Mark, avisa a los demás. Comenzaremos ahora.
–¿Comenzar?
–La Fiesta. Eres el elegido, amor.
Dos de los jóvenes tomaron el cuerpo inerte de Nick. Su preocupación fue absoluta al comprobar que había enmudecido. A pesar de su inmovilidad, era consciente de su entorno. Mark iba a su lado, excitado por el acontecimiento. Lo tumbaron en el suelo de la planta baja. La pista de baile improvisada se había despejado. En el suelo, dentro de un círculo pintado con espray, había extraños signos esotéricos. Nick ocupó el centro. A su alrededor, fueron encendiendo velas hasta cubrir toda la circunferencia. La algarabía que había visto al comienzo contrastaba con la tensa tranquilidad que guardaba la multitud. Joanna Maxwell bajó las escaleras con un velo oscuro, vestida con una túnica de tejido vaporoso. Portaba un cáliz dorado y un cuchillo.
Comenzó una ceremonia donde los jóvenes cantaron en un idioma desconocido. Maxwell bailaba alrededor de su víctima, moviendo el cuchillo al compás de la melodía. Era la única, aparte de Nick, en el interior del círculo. Tomó el brazo derecho por la muñeca y realizó un corte. La sangre brotó, densa, hasta llenar el cáliz a media capacidad. Los jóvenes cambiaron de cántico. Joanna impuso su voz con una letanía que Nick no pudo entender. Ella bebía del cáliz dorado, sumergida en un extraño trance. Nick, sin poder defenderse, notaba como la vitalidad se le escapaba. La confirmación de que su vida había terminado ocurrió un segundo más tarde. Maxwell abrió la muñeca de su mano izquierda con un tajo certero. La poca sangre que le quedaba fue a llenar el cáliz agotado. En aquella ocasión fueron bebiendo algunos de los jóvenes seleccionados por la mujer. Mark dio un paso al frente, intentando destacar.
–No, amigo mío. Todavía es pronto para ti. Me resultas más útil tal y como eres en este momento.
Todos elevaron el tono de la ceremonia hasta llegar al clímax. Joanna invocaba el espíritu perdido de su marido entre los alaridos de los jóvenes. La ceremonia se detuvo en seco. Maxwell esperó algún movimiento del cadáver. Nada. No había más signos vitales en Nick. Tras un periodo de espera, Joanna derramó lágrimas de sangre.
–No ha funcionado. Mi marido no regresará esta noche. –Los jóvenes comenzaron a retirarse, decepcionados. –Sin embargo, la semana no ha terminado, podéis ofrecerme un nuevo elegido.
Uno de los chicos habló antes que Mark, ahogando la propuesta que tenía en mente. Había bebido la sangre del cáliz, sintiendo la necesidad de aportar algo de su parte.
–Tengo un hermano, George, con el que no me llevo bien. Mañana por la noche lo traeré.
–Es genial, Alan. Mañana lo intentaremos con George. Ahora, volved a vuestras casas. Quiero darle un buen descanso a Nick.
Cuando el edificio se quedó vacío, Joanna tomó el cadáver por el cuello. Con una fuerza poco esperada, levantó el cuerpo y lo puso en el sofá. Unió sus labios a los del hombre, todavía tibios. En aquel beso se concentraba la energía de una nueva vida y una maldición. Tras sentirse agotada, Maxwell cesó aquel gesto y se incorporó del destartalado sofá. Al cabo de unos segundos, Nick abrió los ojos. Todavía desorientado, trató de incorporarse. Joanna se giró con dramatismo. Mostrando una sonrisa enloquecida.
–Amor, has vuelto. Pensé que había fracasado. Déjame ponerte al día. Al fin y al cabo, han sido doscientos noventa y tres años sin ti.
–No me interesas, vieja. Demasiado mayor. Por cierto, sigo siendo Nick. No sé qué clase de engendro infernal eres pero, sea lo que sea que hayas hecho, ha salido como el culo. Esta es la peor experiencia de mi vida. Adiós.
–No puedes marcharte, cielo –dijo Maxwell, clavando la mirada en el hombre. La voluntad de Nick fue desapareciendo hasta quedar subyugado por aquellos ojos negros. –Ahora me perteneces. Esperarás hasta la fiesta de mañana, donde intentaré traer a mi amado de nuevo.
Con un gesto, Nick quedó paralizado. Tal y como había ocurrido tras beber aquella copa, las palabras quedaron atrapadas en su interior. Otra nueva orden de Joanna lo obligó a limpiar los desperfectos de la fiesta. Cuando terminó, Maxwell lo usó como consuelo sexual. Para Nick, la autonomía como ser independiente había terminado. La opción impuesta por aquella atractiva mujer era mucho mejor.