Días teñidos de rojo
–Harry, ¿estás bien? –Michelle sostenía el pene flácido de su marido con suavidad, tratando de estimularlo. Él apartó la mano de su esposa, negando con la cabeza.
–No tengo cuerpo, cariño…
–¿Qué te pasa? –Dijo ella con ternura mientras se acurrucaba a su lado. –Llevas días ausente. Apenas tocas la comida.
–Es que… es por el trabajo. Demasiado estrés.
–¿Estrés? Trabajas conduciendo para un señor mayor, ¿eso te estresa?
–Verás, Michelle… –Harry extendió el brazo para alcanzar el paquete de cigarros y el encendedor de la mesilla de noche- –El señor Camus no es un simple anciano.
–Eso ya lo sé. Es un señor rico. Nos ha dejado de molestar aquella pandilla de idiotas gracias a él.
–¿Y cómo crees que lo ha hecho, Michelle?
–Pues pagando a la policía.
–¿Los has vuelto a ver? –dijo Harry tras llevarse el cigarro a la boca. El humo se mantuvo sobre los dos hasta disiparse poco a poco.
–No; como te he dicho, estarán en la cárcel.
–Yo tampoco los he vuelto a ver… Nadie los ha vuelto a ver… No sé si me explico. –Harry cambió de posición, pasándose el cigarro recién encendido de una mano a otra. Pasó la mano por detrás de la cabeza de su esposa y palpó su teta izquierda. Michelle se acomodó entre el hueco de su hombro y respondió.
–¿Crees que les ha hecho algo?
–El caso es que ha solucionado nuestro problema y yo estoy en deuda con él. –Michelle levantó la cabeza y clavó los azules ojos fijamente en Harry.
–Te has metido en un lío y no sabes cómo decírmelo.
–Uno gordo, cariño…
–¿Estamos en peligro?
–Hasta ahora no pensaba que lo estuviéramos pero esta mañana ha ocurrido algo que…
–¿Qué ha pasado, Harry? ¿Tenemos que huir de aquí? –Michelle había levantado medio cuerpo, deshaciéndose del abrazo de su marido. Sus grandes tetas botaron como dos flanes enormes hasta alcanzar su forma natural. Harry sostuvo su brazo y la atrajo hacia sí.
–No tenemos que huir, tranquila. Sólo tenemos que ser precavidos. Esta mañana… –Harry aspiró el humo de su cigarro antes de continuar. –Esta mañana llevaba al señor Camus a comprar unos trajes nuevos, para él y para mí, en su viejo Lada azul.
–¿Conduces un Lada?
–Sí, del sesenta y nueve. No te equivoques, tiene todas las comodidades de un coche moderno: dirección asistida, elevalunas eléctrico, navegador… El señor Camus se ha dejado una pasta en el vehículo. De no haber sido así, yo estaría muerto. –Michelle se estremeció. Harry la calmó y continuó contando: –Estábamos saliendo de la Avenida Oeste, dirección Richmond, cuando nos adelantó un coche. El señor Camus suele sentarse en el asiento del copiloto pero esta mañana prefería ir detrás, leyendo el periódico. Dice que se marea sentado delante cuando lee. Noté algo extraño; los cuatro ocupantes del coche que me adelantaba estaban con la mirada fija en nosotros. El conductor no terminaba la maniobra de adelantamiento. Entonces, el señor Camus bajó la página del periódico, mostrando su cara, y aquellos tíos sacaron armas al momento. Frené de golpe. Ellos dispararon. Vi las balas rebotar en la ventanilla de mi asiento. El cristal se quebró pero la bala, destinada a perforar mi cabeza, no llegó nunca. Han sido los segundos más agónicos de mi vida. No saber si seguía vivo o estaba muerto…
–Oh, Harry…
–Cuando reaccioné, el Lada estaba totalmente parado en mitad de la carretera. El señor Camus había salido del coche con su pistola desenfundada. Se había parapetado detrás de la puerta, apoyándose sobre el techo. Recuerdo que disparó hasta cuatro veces, fue el sonido lo que hizo que volviera en mí. La última bala alcanzó una de las ruedas del coche, perdiendo el control y cayendo por el puente Hoover. Ha salido en las noticias.
–¿Y el tiroteo?
–No se ha dicho nada. Cuando estábamos siendo atacados no pasaba ni un solo coche por allí. Eran cerca de las diez de la mañana, me ha parecido muy extraño.
–¿Qué ha pasado luego?
–Hemos ido a comprar los trajes. El señor Camus ha llamado a una grúa y ha conseguido otro vehículo, un Ford del setenta y cuatro, hasta que alguien de confianza reparara su Lada. Me ha asegurado que también estaba blindado. Eso me ha asustado más.
–Lo cotidiano se ha mezclado con lo extraordinario, Harry… ¿Qué vamos a hacer?
–El señor Camus dice que he entrado en una nueva etapa de mi vida. Tú también, cariño.
–¿A qué te refieres?
–Dice que tener familia es un impedimento en este trabajo.
–¿Quiere matarme?
–Quiere reclutarte. Ha comentado algo de montar un equipo. Dice que, después de todo, él está retirado.
–¡Yo no quiero matar a nadie, Harry!
–No lo harás, si no quieres. Hay otras cosas que puedes hacer, como espiar o infiltrarte en algunos sitios. Él nos entrenará y nos pagará una buena cantidad de dinero. –Harry apagó su cigarrillo, apurado hasta el filtro, en un cenicero limpio que había en la mesilla. Michelle se perdió en sus propios pensamientos. Se veía en una situación que jamás hubiera imaginado.
–¿Qué va a pasar con nosotros, Harry?
–No tengo ni idea de lo que trama el señor Camus, Michelle pero estaremos juntos. No va a aceptar un no por respuesta… Me lo ha advertido…
Michelle lo miró pero no se atrevió a añadir nada más. Trataron de dormir un poco. Los dos se debatieron entre conflictos morales, con la mente llena de preguntas cuyas respuestas conocían y no les agradaban; pasaron una noche de mierda. A la mañana siguiente, mientras tomaban el desayuno, Michelle aceptó el trato.
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