Buen Quaestor
Trino Espurio Boecio atravesó las fauces de la villa familiar lleno de alegría. Tras de sí, los esclavos cerraron el portón. De pronto, una lluvia de pétalos cayó del cielo, inundando el atrio principal de amarillo y rojo. La familia salió a su encuentro. Había acudido su tío Antonino con sus cuatro hijos varones. Su hermano Icastos lo abrazó mientras su hermana Freda esperaba el turno detrás de su tío y primos. Los padres, Espurio Boecio y Marcia Boecio, lloraban de alegría mientras se acercaban al primogénito.
–El primer Quaestor de nuestra familia, enhorabuena hijo. Dentro de dos años, si lo haces bien, el senado te nombrará Pretor. Será entonces cuando tengas tu carrera política bien encauzada.
–Después Cónsul y puede que termines en Censor –añadió Antonino, agarrando a su sobrino por el hombro. Lo liberó ante una rápida mirada de Espurio Boecio padre. A continuación, procedió a abrazar a su hijo.
–Ha sido un enorme esfuerzo, padre. Muchos años estudiando el Actio. No pensé que fueran a otorgarme el título de Quaestor. Me aprobaron por una diferencia de cuatro votos.
–Y bien que hicieron esos cuatro al votar a tu favor. La familia debería tener un detalle con ellos. Ahora disfruta de esta pequeña fiesta que hemos preparado. Hay distintos platos que son de tus favoritos. También se ha acercado tu hermano Icastos a por esclavas sexuales del lupanar de tus primos. Nos las han cedido para este momento. No te dejes ninguna sin probar, yo ya lo he hecho. Incluso tu madre se ha rendido a sus encantos.
–Padre, será un honor disfrutar de esta celebración. –Levantó su copa e hizo un brindis. –Desde ahora, nuestra familia está amparada por las leyes de Roma.
–Sirve más vino a mi hijo, esclavo. ¡Quiero que se lo pase mejor que en su cumpleaños de mayoría de edad!
Aquel festejo se prolongó hasta el amanecer. La familia Boecio se vio superada por la diversión. A primeras horas de la mañana, las mujeres se habían retirado horas atrás. Espurio se restregaba contra las esclavas sexuales sin conseguir que sus exhaustos genitales respondieran. Era momento de descansar. Se despidió de su tío y sus primos. Trino Espurio Boecio comenzaba su nueva ocupación el día de Marte, con el nuevo mes que entraba.
Tomó los rollos del Actio, el tratado de derecho romano, y salió de casa andando hacia el foro. Delante del púlpito techado donde iba a impartir justicia, se acumulaba una cola de cientos de personas. Comprobó la hora en el reloj solar central del foro, llegaba un poco antes de su hora. Se frotó las manos, sacó un resumen de los rollos con los casos más frecuentes e inició su primer día como Quaestor. Su primer caso fue un registro de la propiedad. El siguiente, una reclamación de herencia. Trino Espurio Boecio se ceñía al código legislativo y fue saliendo del paso hasta que la cola de litigios descendió a la mitad.
Había pasado el medio día según el reloj solar del foro. En el margen izquierdo de la cola, aparecieron Espurio padre y Antonino. Se mostraban orgullosos frente a la plebe. Al cabo de unos minutos, un grupo de guardias de la ciudad llevó a un preso encadenado frente a él.
–Marcio Agricola, se le acusa de asesinato –dijo uno de los guardias.
–¿Hay testigos?
–Los hay, están a la izquierda.
Tanto Espurio padre como Antonino, dieron un paso en frente. Acusaron al hombre de acuchillar hasta la muerte a Bruto Aldeano Craso, dueño de la taberna Loba roja. Trino Espurio escuchó con atención el testimonio ficticio de sus allegados. Transcurría la fiesta que le habían preparado por su nombramiento durante los hechos. Era imposible que fueran testigos de nada. Sin embargo, una mirada de su padre hizo que se ciñera al código legislativo. Tragó después de sentenciar a la crucifixión a aquel hombre. Su padre lo miró con orgullo, aunque también con un sentimiento más agresivo que no pudo determinar.
Pasaron las semanas y el trabajo se iba haciendo más fácil para Espurio. Su padre siempre aparecía de forma ocasional, como público del foro o como litigante. Cuando sucedía lo segundo, siempre se veía forzado a dirimir en su favor. Trató de abordar el tema en el domicilio familiar. Sin embargo, Espurio Boecio padre se mostró implacable.
–Hijo, nuestra posición en la calle siempre ha sido buena. Tu tío vende más telas gracias al apoyo que le brindo. Tus primos pueden gestionar el negocio de esclavos porque la familia lo protege. Han incluido a tu hermano Icastos en el negocio, no podemos fallarle. Tenemos muchos enemigos, debes saberlo. Intentan acabar con nosotros desde hace tiempo. Ahora no les será posible porque tú impartes justicia.
–Pero el senado, si descubre esto…
–No van a descubrir nada, Espurio. ¿Acaso crees que Claudio Pluto no está favoreciendo a su clan? Hacen la vista gorda con tal de seguir mamando de la teta de Roma. Cada uno de los otros Quaestores está protegiendo sus propios intereses. Por supuesto, hay que guardar las apariencias para que la plebe no monte en cólera. Tú lo estás haciendo muy bien. Debes seguir así.
Tras aquella conversación, Trino Espurio no volvió a tratar el tema con su padre. Al día siguiente, fue su tío Antonino en persona para resolver un litigio.
–Señoría, este hombre ha causado daños en mi mercancía por valor de cincuenta denarios.
–El único delito que he cometido ha sido comprar en el puesto de este señor. Quiere cargarme con una partida de telas defectuosa. Ahora me acusa de haberle arruinado el género. Es un mentiroso.
–¿Hay testigos?
–Yo vi como arruinaba el género. –Su hermano Icastos salió desde el gentío y se plantó frente al púlpito techado.
Espurio maldijo a los dioses en sus pensamientos. Era evidente que su padre trataba de influir, de nuevo, en su juicio. Apretó los dientes y aplicó sentencia a favor de su familia. La satisfacción de Espurio Beocio padre se reflejaba en el semblante. Observaba desde las escalerillas del edificio del senado. La reacción en el público era inmediata. Los rumores se extendían por las calles de Roma. En aquel momento se incrementaba su influencia. La gente acudía a él para recibir un juicio justo.
Trino Espurio Boecio sentía la presencia de sus familiares en cada juicio. En todos los casos, Espurio padre indicaba a quien debía beneficiar con su sentencia. El Quaestor llegó a desear el destino en provincias, llevando la contabilidad de las legiones en lugar de impartir justicia en la capital. Aquel deseo se estaba tornando en pesadilla. Espurio padre cada día estaba más crecido. Al final de cada semana ofrecía trescientos denarios a su hijo como compensación por aquel esfuerzo.
–Te ciega el sentido de la justicia, hijo. Hasta ahora lo has reprimido muy bien. Sigue así hasta el final de tu mandato y seremos una familia importante.
No discutió con él. Se limitó a tomar aquel dinero, sin plantear ninguna oposición. En aquel momento notó que su padre llevaba las riendas de su carrera. Debía continuar por aquella senda hasta que terminara. Aquel era el precio que establecía su familia.
Una vez al año tenía que nombrar a los publicari para recaudar los impuestos en el distrito. Los baños, el alcantarillado y las obras públicas se pagaban con aquella contribución. Espurio padre estaba obsesionado con el puesto. Presionó al Quaestor hasta que lo nombró a él y a su tío Antonino publicari del distrito Palatino. Espurio hijo tuvo que ceder ante aquella mirada. En cuanto hizo el nombramiento oficial, los dos señores saltaron de alegría como si tuvieran diez años. Organizaron otro festejo para celebrar aquel honor. En aquella ocasión, Espurio hijo se retiró pronto.
El día de recaudación, estuvieron puntuales frente al púlpito del foro. Trino Espurio Boecio les dio instrucciones precisas para proceder. No debían intimidar a los vecinos. Los dos hombres veteranos asintieron, tomaron la fíbula identificativa y marcharon a realizar el cometido. Los cuatro primos de Espurio y su hermano Icastos se unieron a los dos publicari como guardaespaldas. Debían recaudar sesenta mil denarios de la vecindad. Era un distrito de los más pudientes, por debajo del distrito del Capitolio. Trino Espurio Boecio volvió a los asuntos legales del púlpito. Desde hacía días solo tenía que resolver asuntos de tierras, lindes y conflictos entre transeúntes. Nada con demasiada importancia. Aquello era mérito de su padre. Si él no quería, no había crímenes.
Los publicari terminaron la labor en la última hora del día. El senado había enviado a un Pretor en carro para transportar la recaudación municipal. Un contubernio de la guardia pretoriana protegía el transporte. Habían llegado los demás publicari, salvo su padre y su tío. Tras media hora de retraso, aparecieron por la via Apia cargados con el tributo. No se disculparon por la espera. El Pretor Ianus Padio los miró con desprecio. Trino Espurio tragó saliva mientras su padre formulaba con rapidez una disculpa. El padre había entendido que aquel hombre era una autoridad. Espurio hijo tomó la iniciativa frente a su superior y reprendió a los recién llegados. Hizo una seña para que los hombres dejaran las sacas en el carro. El Pretor se limitó a observar. Cuando terminaron, cerró la puerta enrejada y subió a la parte delantera, rumbo a la cámara del tesoro. El contubernio pretoriano cerró la formación y marchó detrás del transporte.
–¿Por qué te has retrasado tanto, padre?
–Tenía que esconder el resto del dinero.
–¿Qué resto del dinero?
–La mayoría de contribuyentes nos han dado un poco más. Eso es todo, no tienes de qué preocuparte.
Robar al senado era uno de los peores crímenes que podía imputar el Pretor del senado. Se consideraba alta traición y acarreaba la muerte. Intentó convencer a su padre de aquel error. Todavía tenían tiempo de llevar las sacas restantes a la cámara del tesoro. Se podía alegar un retraso en la recaudación. Espurio padre lanzó aquella mirada a su hijo mientras negaba con la cabeza. Aquel dinero ahora pertenecía a la familia Boecio. Sin más que poder añadir, Trino Espurio salió de la casa familiar. En el atrio se cruzó con sus primos, cargados con las sacas de recaudación. Estaban ufanos por aquel botín.
A la mañana siguiente encontró a la guardia pretoriana esperando en el púlpito donde trabajaba. El decurión extendió una orden del Pretor Ianus Padio. Lo dirigieron al interior del senado aunque evitaron la platea central. Continuaron escaleras abajo hacia la cámara del tesoro. Allí montaron guardia ante la puerta de la cámara acorazada. Dentro se encontraba el Pretor con dos de sus contables y cuatro esclavos que movían las sacas de monedas.
–Tenemos sesenta mil denarios exactos recaudados en tu distrito, Boecio. Por otro lado, hay numerosas quejas de la contundencia que ejercieron tus hombres para conseguir la colaboración ciudadana. Según nuestros cálculos se ha recaudado un total aproximado de trescientos mil denarios.
–Diez mil arriba, diez mil abajo –apuntó uno de los contables.
–Así que puedes contarme la verdad o puedes negarlo todo. Esta última opción provocará que acuse a toda tu familia de alta traición.
En aquel momento, Trino Espurio Boecio intentó hablar pero no salió una sola palabra coherente de su boca. Lo intentó, en varias ocasiones. Con solo imaginar la mirada de su padre se ponía enfermo, retractándose de sus palabras. El Pretor perdió la paciencia. La oportunidad para explicar aquel suceso acabó por evaporarse. Lo subieron a la planta superior. En la platea central se encontraban todos los Boecio varones, visiblemente maltratados. Alrededor de ellos habían tirado una docena de sacas. Algunas se habían rasgado, mostrando las monedas de la recaudación. El senado al completo rugía contra los acusados. No había sombra de dudas por aquella traición. Los senadores tenían la evidencia frente a ellos. Trino Espurio Boecio tragó saliva, impotente ante aquellos furiosos gritos de acusación. Buscó el rincón más cómodo en su mente. Dejó pasar aquel juicio como un trámite obligatorio hasta su conclusión. Boecio padre lo miraba, esperando que hiciera algo producente. Esperaba que su hijo los defendiera ante el senado. Todo lo contrario, guardó silencio y esperó la sentencia a muerte. Espurio padre gritaba de impotencia, proclamando una inocencia que no existía. El hijo permaneció en silencio, orgulloso por mantener la dignidad. Se daba cuenta, en aquel momento, de lo pequeño que era su padre.