Bajo presión natural
Cuando Andrea inició las hostilidades contra Chema, acababa de abrir mi quinta cerveza. Tengo que reconocer que la chica nunca ha gozado de mi simpatía, a pesar de ser bastante guapa. Era de tipo delicado, fina en todas sus formas, salvo en la educación. Yo diría que tiene belleza, en efecto, aunque para mí es una belleza aburrida, ordinaria, sin interés. Estoy seguro de que muchos no están de acuerdo conmigo, yo soy de los que se siente atraído por una mujer en su conjunto, no solo por el envoltorio con el que viene de fábrica. En todo caso, no estaba previsto que Andrea acudiera a la minúscula casa de Chema. Mi amigo estaba orgulloso de sus nuevas cuatro paredes. La llamaba la casa todo-en-uno. Salvo el baño y la cocina, todo estaba en la misma habitación. Tras la puerta del salón, un pequeño recibidor distribuía la puerta de salida, un baño con lo justo para el aseo y una minúscula cocina de dos fuegos alimentados por gas. La bombona ocupaba un tercio de la habitación. No intentéis cocinar algo serio en una cocina así, es imposible. Nos limitábamos a freír o cocer alimentos. Tampoco había horno, era un lujo incompatible con aquella vivienda. La lavadora estaba en el salón, al igual que el frigorífico, el sofá cama y el tendedero. Eso sí, los techos eran enormes.
Estábamos de risas con unas cervezas cuando sonó el interfono. Andrea, aquella suspicaz mujer, posesiva con Chema e intransigente a la hora de discutir, entraba en el viejo apartamento, empujando la puerta del salón con dificultad. Yo también tuve dificultades cuando entré, estaba hinchada por la humedad. Chema era el primer habitante de aquel piso desde hacía años. Invertía poco dinero en el alquiler, eso tiene sus inconvenientes: la cisterna goteaba continuamente, saltaba el automático cuando había dos electrodomésticos encendidos, las puertas estaban colmadas de humedad y la cocina no tenía una miserable ventana. Andrea se acomodó al lado de Chema, usurpando mi sitio. Era algo comprensible, se trataba de la pareja de mi amigo. Lo que no me sentó tan bien es que comenzara a beberse mi cerveza con una sonrisa en los labios. –No te importa, ¿verdad? –Pues claro que me importa pero no voy a montar un pollo por semejante tontería, estaba por la mitad. Que te aprovechen mis bacterias, amiga. Yo di dos pasos hacia la nevera y saqué una nueva cerveza. Cuando cerré la puerta del frigorífico, la discusión ya había estallado. Andrea había escuchado que Chema pasó la noche con Beatriz, cosa que fue cierta y que puedo corroborar; yo estaba con ellos. A la hora de marcharnos, Bea y yo nos fuimos a la vez y nos enrollamos a muerte desde el portal hasta mi apartamento. Cuando comenté aquello, de nada sirvió. Andrea dijo que yo estaba encubriendo a mi amigo y que Beatriz se había enrollado con él. Si no hubiera insistido tanto, jamás hubiera pensado que Andrea deseaba aquello. Necesitaba echarle algo en cara. Tal vez quería que Chema fuera infiel para tapar los escarceos que ella tenía con Javier. Yo me inclino más por pensar en lo segundo. Chema no quiere saber, desea ignorar. era feliz tal cual vive. Cerveza y televisión al finalizar el trabajo junto con algo de compañía, es todo lo que necesita, además de la consola de última generación, trucada y juegos ilimitados. Con respecto a Andrea, la loca Andrea, creadora de tumultos allá por donde pasara, había perdido los estribos. Media cerveza era suficiente para agriarle más el carácter. Mi lata recién abierta estaba diciéndome adiós conforme iba subiendo la intensidad de la conversación. Empecé a escuchar cosas que no me incumbían y que no puedo dejar por escrito. He de reconocer que todas las acusaciones eran ciertas por ambas partes. No ofrecí piedad con la cerveza que había abierto y me la terminé de tres grandes tragos, dejando a la pareja con sus asuntos. Ninguno de los dos atendió a mi despedida, tampoco me importó.
Al día siguiente aparecí por el viejo apartamento de Chema, con un pack de seis cervezas y una bolsa de patatas fritas. En cuanto pasé al piso, observé que la puerta del salón había volado por los aires, al menos esa era la impresión que me llevé. Pronto comencé a hacerme una idea de lo que había pasado. Andrea había atravesado la puerta del salón antes de marcharse. Nada más lejos de la realidad, según desmintió mi amigo. Adjetivé a Andrea de forma indebida y me arrepentí al instante. Creí que Chema iba a saltar sobre mí, hecho una furia. Siempre lo hacía cuando hablaba de Andrea en tono despectivo. El caso es que desdeñó mi comentario y me contó lo que había sucedido. La discusión con Andrea terminó quince minutos después de haberme marchado. Podía haberme bebido aquella lata de cerveza con calma y haber disfrutado del espectáculo. El caso es que Andrea, tan dulce y delicada, se marchó tirando cosas y dando portazos. Chema, queriendo olvidar el tema cuanto antes, abrió la cama y se echó a dormir. No ha sido hasta esta mañana cuando ha descubierto que la puerta del salón estaba atascada. El portazo la había dejado totalmente empotrada en el marco. Se trataba de una puerta pesada, antigua, toda de madera, maciza. Había intentado tirar de ella hasta quedarse con el pomo en la mano. ¿Por qué quería salir de allí con tanta rapidez? Bueno, la cerveza y la cena de la noche anterior tenían que salir por algún lado. Su cuerpo le estaba reclamando que cumpliera con la evacuación. Al verse impedido por el percance de la puerta, la necesidad de ir al baño fue en aumento. Me contó que tuvo que usar la mesa como ariete, por eso la puerta estaba como si hubiera detonado un obús cerca. En cuanto hubo un hueco por el que caber, Chema salió despedido hacia el baño, arrancando trozos de madera a su paso. Me quedé mirando a la puerta como si me importara. La verdad es que le costaría un huevo repararla. Tendría que buscar una nueva. Yo hubiera usado el cubo de la fregona o una caja de zapatos. Incluso uno de los cajones del frigorífico. Nunca se sabe, a la hora de la verdad supongo que también habría reaccionado igual. No hay nada más humillante que tener que limpiar tus propias heces del suelo. Cuando me acomodé en el sofá cama le pregunté por qué no había llamado a nadie. La respuesta era lógica. Nadie tenía llaves del piso, ni siquiera su madre. Es verdad que podría haber llamado al casero pero se habría hecho todo encima. De todas formas se centró en Andrea y dijo algo que me gustó escuchar. No quería volver a verla en la vida. Sospecho que Andrea también deseaba lo mismo. Pocos días después, Andrea comenzó a salir con Javier. Ahí estaba, sospechas corroboradas. Chema reaccionó con indiferencia al verlo con sus propios ojos. Fue el fin de una relación tormentosa para ambos y su fin resultó ser un alivio para todos. Chema volvió a ofrecer algunas tardes de videoconsola y fines de semana con maratones de cine de mierda. Comenzaron los buenos tiempos de nuevo. La bruja había muerto y solo hizo falta una puerta para hacerla desaparecer. Hasta el día de hoy, Chema no ha sustituido la puerta del salón.