Raymond, el amable
Era el antiguo jefe del barrio latino, lo conocí como a un hermano. Muy hablador, de tremenda simpatía. Yo siempre pensé que tenía alma de cómico. Raymond Costa tenía padre italiano y madre mexicana. Iba por libre aunque se asoció con nosotros por su propia voluntad. Al señor Constanza le cayó simpático y sus métodos eran discretos. Las tiendas de su barrio pagaban, sin problemas. Pasaba por un comercio a primera o última hora, daba la vara al propietario hasta que cedía. Sin violencia, sin amedrentar. Siempre cerraba los acuerdos contando chistes y haciéndose el gracioso. He de ser sincero, tenía esa chispa divertida y auténtica. Me partía de risa con él. Al final, tenías que ceder. Por eso le llamaban Ray, el amable.
Ofrecía protección a cambio de una cuota razonable. El único que no pagó en su vida era mi primo Billy. Estaba casado con la hermana de Raymond. Fue un detalle para quedar bien con la familia. Los demás propietarios estaban razonablemente contentos. No incrementaba el precio de la cuota, no cobraba comisiones abusivas. Solo quería llevarse bien con la gente, a pesar de sus lazos con la mafia. Conoció a mi familia en la boda de su hermana. Me hice amigo de él en seguida. Era de esas personas que caían bien desde el principio. A los tres meses, le presenté al señor Constanza. Como el padre de Costa era italiano, lo incluyó en la organización sin resquemores y con los brazos abiertos.
Estuvo cinco años cumpliendo con la eficiencia de un reloj suizo. Por desgracia, apareció aquella mujer. Unos veinte y muchos, casi treinta. Buenas tetas, de estatura media y pelo rubio. Con ojos azules, intensos, donde cualquier hombre se perdería. Sheila, era su nombre. Sabes a quién me refiero, era imposible de olvidar. Ray la conoció en su fiesta de ascenso, era la más cara de todas aquellas prostitutas. Lo sé bien. Yo fui el encargado de contratarlas. Constanza me dijo que debía ser por todo lo grande y me lo tomé al pie de la letra. El bueno de Raymond disfrutaba cada segundo. Estuvo sacando lo mejor de sí mismo, era su momento. Sheila lo rondó toda la fiesta. Luego desaparecieron a la vez. No vimos a Ray en semanas. Nos confirmó lo peor cuando se pasó de nuevo por el pub. Se había casado con ella en Las Vegas.
No veo ningún problema en el matrimonio. Yo mismo estoy casado, tengo tres hijos. Visitamos a mi madre cada jueves y domingo. Quiero decir que tengo una vida y es necesaria tenerla. Lo que hago para ganarme la vida se queda dentro de ese recuadro, no llega a mi casa. Fuera de mi horario, yo soy un tipo normal. Sin embargo, casarse con una prostituta de lujo es llevarse el ambiente de trabajo a la intimidad. No desconectas nunca y nosotros debemos desconectar. Es clave para mantener el control de uno mismo. Ya sabes a lo que me refiero, lo que hacemos está reñido con la ley. No es que estemos pegando tiros todos los días pero, a veces, las cosas se tuercen. Es mejor que tu familia sea un refugio, no otra cárcel.
Todos nos alegramos por el jefe. Le felicitamos los chicos de siempre. Wallace, el dueño de La dama de Sicilia, descorchó champán. Usábamos su local como centro de reunión. Coincidía siempre con Sam, el Penas; Willy, Manos-largas; Escapista Joe y Ricky Moreno. Yo servía a Ray a través de don Constanza. Le pasaba el informe cada semana al gran hombre. Era como un colaborador externo y niñera al mismo tiempo. El único que tuvo huevos para comentar su disconformidad fue Ricky. Era su mano derecha. Le comentó que era una fulana, se aprovecharía de su dinero y se marcharía con cualquiera. Raymond pocas veces se ponía serio. Aquella fue una de ellas. Cortó de pronto la alegría. Ray tenía fuerza, se veía en su mirada. Le hizo falta sacar ese carácter más a menudo. El bueno de Raymond estaba ciego de amor. Ricky lo percibió y rectificó enseguida. Se disculpó por haber sido tan gilipollas. El conflicto se solucionó con un abrazo. Eso es lo que parecía. Fue el inicio de la tormenta que sufrimos durante años.
El señor Constanza me llamó la atención antes que a nadie. La contribución del amable Ray había caído un cuarenta y cinco por ciento. El hombre que nunca fallaba en las entregas estaba cayendo en picado. Como era la primera vez, el don quería que fuera suave. Tuve que hablar con Ray, en plan tranquilo y todo eso. Le dejé caer la decepción que sentía Constanza sobre sus ganancias. Necesitaba incrementar la recaudación, en adelante, un sesenta por ciento. Así lo quería el gran jefe, necesitaba recuperar las pérdidas de varios meses y darle una lección. Ray se echó a llorar ante la noticia. Me confesó que había desviado parte de las ganancias para Sheila. Tras dejarlo desahogarse un buen rato, volví al tema del dinero. Lo que correspondía a Constanza era sagrado. Había que hacer las cosas mejor. Le dejé caer un negocio que podía calmar los ánimos de nuestro superior. No solo aceptó, me puso a cargo de la operación. Me daría el veinticinco por ciento de las ganancias. Era una buena oportunidad para salir del embrollo.
Fiché a los chicos de Ray para el asunto de Amazon. Íbamos a asaltar un remolque lleno de ordenadores que Ricky había localizado. La idea original era parar el camión en ruta y cambiar el remolque a nuestro camión. La mercancía estaba valorada en medio millón de dólares, todo tecnología. Teníamos ya cinco tiendas interesadas en el cargamento. Entonces entró Manos-largas en la operación. Era un jugador empedernido y se había trabajado a los vigilantes de Amazon durante meses. Willy consiguió meter a la plantilla de vigilancia nocturna en sus partidas de póker. Lo planteamos como algo limpio, sin ruido, a través de una simple treta. Organizamos una partida de póker en el mismo almacén de Amazon. Entraron en el ajo al instante, aquellos doce tipos estaban enfermos.
Manos-largas y yo nos dedicamos a perder cientos de dólares ante los guardias de seguridad. Estaban enfervorizados, pensando que eran grandes jugadores. Ricky Moreno y Sam, el Penas, engancharon el remolque objetivo a nuestra cabina. Se alejaron del área, disfrazados de operarios de la compañía. Nadie vigilaba las cámaras de seguridad. No había nadie en la garita, ni en la entrada a los almacenes. Todos estaban ganando dinero. Cuando averiguaron que había desaparecido el cargamento, ya lo habíamos vendido. Sacamos ciento ochenta y cinco mil. Cuarenta de los grandes fueron para el señor Constanza. Ray se los entregó en persona, junto a una disculpa. Aquello lo hizo ser más indulgente con el jefe del barrio latino. Redujo a treinta su comisión y dio por concluido el escarmiento. Yo me llevé treinta y ocho mil por dejarme ganar al póker. Perdí unos mil quinientos. Fue divertido.
Tras disipar aquella tormenta con Constanza, el bueno de Ray fue más estricto. Cerró el grifo a su esposa y regresó a la gestión del negocio. En seguida se hizo notar el enfado de Sheila. Intentaba seducir a cualquiera que se cruzara en su camino. Hasta yo mismo fui tentado. Iba buscando venganza en forma de infidelidad. Raymond entró un día en el pub. Tomó de las solapas al calvo de Wallace y amenazó con matarlo si dejaba entrar a su mujer. Sheila se encontraba allí en aquel instante. Casi la saca de los pelos. Tuve que interponerme entre ellos. Lo calmé como pude mientras la chica abandonaba el pub. Ricky la acompañó fuera mientras yo pedía dos vasos de whisky y distraía la atención del jefe. Tras unos tragos, su lengua se desató en contra de la mujer. Reconocía su carácter caprichoso, voluble y provocador. Era como tener una pantera enjaulada. Sin embargo, la quería con pasión.
Una atracción insana, fermentada con alcohol, cocaína y barbitúricos. Un cóctel mortal, a la larga. Ricky Moreno entró en la ecuación, hechizado por aquellos ojos azules. Lo mantuvieron en secreto delante de Ray. Yo tuve que presenciar algunas escenas incómodas entre Sheila y la mano derecha. Su pasión era irrefrenable. En el cumpleaños de Ray, estuvieron follando dentro del armario de la limpieza mientras el jefe hacía uno de sus graciosos discursos. Me moría de risa, al igual que los demás chicos. Todos, los de Constanza y los de Costa, nos dimos cuenta de la situación. Aprovechamos el momento para hacer un poco de mofa, aplaudiendo a la vez que los empujones de Ricky. Ray, ajeno a todo aquello, creía vivir su mejor momento. Tras unas pocas semanas del cumpleaños, Sheila quiso el divorcio.
Fue una espiral de destrucción lo que ocurrió desde entonces. Raymond, el amable, dejó aparcado el buen rollo. Sheila contrató al mejor gabinete de abogados, poniendo en un compromiso al jefe del barrio latino. Constanza me hizo llamar de nuevo. Lo vi nervioso con el tema de Ray. Si se iniciaba una investigación, podían relacionarlo. Debían resolver aquella separación de forma amistosa. Así se lo comuniqué al nuevo Ray. Estaba avergonzado de sí mismo. Se sentía engañado de muchas formas. Su humor se había agriado por todo el alcohol que bebía. Le dije que Constanza estaba preocupado por la situación. Debía quedar bien con la chica. Tardé dos o tres meses en convencerlo. Al final, claudicó y firmó los papeles. Le costó una orden de alejamiento de por vida y la mitad de su fortuna, casa incluida. Sin embargo, Ray continuó con nosotros. Éramos su verdadera familia. El señor Constanza compró un nuevo adosado y lo instaló allí. Todavía veo a Ray, arrodillado y emocionado por el gesto.
Cuando pensaba que las cosas regresaban a su cauce, Ray explotó de nuevo. Un día, en el centro comercial de Five Ways, coincidió con Sheila y su nueva pareja. No era otro que su mano derecha, Ricky Moreno. Los dos se escabulleron antes de que Ray pudiera reaccionar. Llegó desolado al bar y nos contó la historia. Estábamos Sam, el Penas, Escapista Joe, Manos-largas y Yo. Le ofrecimos nuestro apoyo y comprensión. Nos mostramos muy decepcionados con Ricky; propusimos dejar de trabajar con él. Para Ray el amable no era suficiente. Tenía que hacerlo desaparecer. Debía vengar aquella afrenta tan insultante. Ricky se había reído de él. Encargó el asunto a Willy. El pobre tahúr miró descolocado al jefe. Ray lo hacía por despecho. Ricky y él eran amigos desde la infancia. Aquel encargo me iba a doler menos a mí. No soportaba a Ricky Moreno. Me ofrecí a hacer aquel trabajo, en el lugar de Willy. Alivié dos mentes aquella noche. La de Ray, por la desconfianza oculta que guardaba por el Manos-largas, y la del propio Willy. No voy a confesar un asesinato, estaría loco si lo hiciera. Lo único que diré es que convencí a Ricky Moreno para que se fuera de la ciudad. Si llegó o no a su destino, no es asunto mío.
Con Ricky fuera de escena, Sheila saltó de su escondite hecha una furia. Raymond, sin embargo, agudizó su depresión. La pérdida económica fue notable. Algunos contactos de Ricky eran esenciales para el buen estado de las cuentas. En aquella ocasión, Raymond mantuvo la cuota de Constanza hasta que los números rojos fueron imposibles de ocultar. Recuerdo estar en el pub, estudiando nuevas formas de financiación, cuando escuchamos un estruendo. El BMW de Sheila impactó, a poca velocidad, contra las macetas decorativas de la entrada. Iba con muchas copas encima y lo que fuera que hubiese esnifado. Entró armada en La dama de Sicilia, llegando a disparar al techo. Ray acudió ante su ex mujer. Ella lo apuntó durante un minuto antes de abrir fuego. Ray vomitaba todo el rencor que guardaba hasta hacerla estallar. Vació el cargador de la pistola sobre el jefe del barrio latino. Todos nos cubrimos, esperando que agotara la munición. El hecho fue histórico. No acertó ni una sola vez. Cuando disparó la última bala, salió del local y montó en su maltrecho coche. Nunca he alucinado tanto. Ni un solo acierto.
Raymond era consciente de la suerte que había tenido. Intenté que olvidara aquello y pasara de la mujer. Era imposible hacerle cambiar de opinión. Lanzó una cacería personal que atrajo las miradas de demasiada gente. Sheila era escurridiza y se movía rápido. Ray, cada vez que oía rumores de su localización, dejaba a dos o tres hombres en el intento. Sam y Escapista Joe fueron los últimos en morir por culpa de aquella zorra. Llegaron a un piso de West End y, nada más abrir la puerta, accionaron un detonador. Los dos salpicaron el pasillo, terminando para siempre con una prometedora carrera.
Aquello fue la guinda del pastel para aquel reguero de muertes. Todos los fallecidos guardaban lazos con Raymond Costa. Atrajo la atención de los federales y nuestra organización corría verdadero peligro. Con la entrada del FBI en escena, me adelanté a la llamada del señor Constanza. Cuando llegué a la mansión, los compañeros estaban ajetreados. Fui hacia el despacho y besé la mano del señor Constanza. Tres hombres destruían enormes cantidades de papel en varias trituradoras. El gran jefe estaba furioso. Había decidido destituir Raymond Costa. Me habló de la lealtad, la constancia y el sacrificio que yo había mostrado todos aquellos años. Fui el elegido para convencer a Raymond de que dejara su puesto. Aquí debo decir que Ray se marchó, creo que a Florida. No puedo asegurar que, como Ricky Moreno, llegara a su destino. Constanza quería conservar aquel barrio. Pensó en mí para dirigir la sucursal, algo de lo que estoy agradecido en extremo. Por eso Ray no está más en el negocio. Ahora soy yo el director ejecutivo. Eres el siguiente en realizar el pago, amigo. Las mismas condiciones de siempre, los mismos derechos. Con una novedad, puedes disfrutar de nuestras fabulosas ofertas puntuales. Espero que aceptes, no soy tan gracioso como Ray, el amable. Tampoco tengo su paciencia.
1 COMENTARIO
Excelente relato.