Hora oculta
Simón Izquierdo tenía cara de hacer pocos amigos. Estaba sentado frente al productor con desgana. Su pelo negro, con las sienes sembradas de canas y ojeras pronunciadas, le otorgaba un aspecto siniestro. Acentuaba aquella aura con un abrigo negro. Llevaba demasiado tiempo con el ceño fruncido, mirando a la vida por encima del hombro, viviendo de las rentas de su desaparecido éxito. Mientras estaba en el despacho de Miguel Durán, debía contenerse. El productor estaba a punto de despedirlo. De hecho, había sacado de la parrilla aquel espacio de misterio y ocultismo.
Era el único fragmento de la conversación que había retenido. El resto de palabras aludían a un futuro prometedor, similar al estrellato de un músico que debe ir en solitario. La calva de aquel hombre, entrado en carnes, brillaba con la luz de la oficina mientras ofrecía su monólogo. El presupuesto iba a recortarse un ochenta y cinco por ciento. Simón Izquierdo no sentía el camino hacia el éxito del que hablaba Durán. Se encontraba en la cuneta, aguantando aquella humillación. El productor estaba ofreciendo un espacio exclusivo en youtube. Tendría una cámara a su disposición y una oficina equipada en los estudios centrales de la cadena.
–Me veo en la obligación de aceptar.
–Te corresponde un porcentaje de diez puntos del pastel, por la publicidad. En cuanto al salario, tendrás la base más los trienios… un total de mil doscientos, sin contar la cotización.
–Un sueldo digno, después de los tres mil quinientos de hace dos años.
–Eran tiempos mejores y no quiero quejas. Había directivos de la cadena que pretendían dejarte con el porcentaje de la publicidad. Yo soy el que se está dejando la piel. Espero que me devuelvas el favor haciendo tu trabajo.
Simón Izquierdo se limitó a asentir. Tras firmar el nuevo contrato, estrechó la mano del productor. Con los papeles bajo el brazo, salió del edificio de la cadena. Devolvió los saludos de varios compañeros, sorprendidos de que siguiera en la cadena. Una vez en el coche, dejó los papeles en el asiento del copiloto. Habían acabado tan arrugados que la lectura se hacía complicada. Dirigió el vehículo hacia el interior de la ciudad mientras hablaba por teléfono. Debía preparar el programa como era debido.
A la mañana siguiente, Simón fue al edificio de la cadena. Descubrió en persona al cámara que lo iba a acompañar. Era Omar, el descreído. Defensor acérrimo del fundamentalismo científico. De todos los empleados, el menos preferido de Simón. Había tenido varios enfrentamientos con él en el pasado. Miguel Durán lo había amonestado por llegar a las manos en la última ocasión. El inicio de la caída de Simón Izquierdo. Sin duda, aquello era otro disparo a su paciencia.
–¿Tan caro resulta despedirme y punto? –preguntó a Durán nada más entrar en la oficina del productor. –¿Tienes que emparejarme con el peor compañero? De todos los técnicos que trabajan aquí, él es el único con el que me llevo a matar… ¡A matar!
–Pues no la cagues, Simón. Si te da por pelearte con él, recuerda… a la calle sin indemnización. Hazme caso, trabajar juntos os va a venir bien a los dos. Omar podrá contemplar los fenómenos de los que tanto se ríe. En cuanto a ti, aprenderás a tener paciencia. Debes tolerar a los que no creen en estas cosas. No puedes enredarte en peleas cada vez que te llevan la contraria.
–Perdí el control una sola vez en toda mi vida. No se repetirá nunca más. Solo digo…
–En serio, Simón. No me toques los cojones. Los demás cámaras ya están asignados. Te quedas con Omar.
–Estás provocando el desastre. –Salió antes de que Miguel Durán devolviera alguna respuesta. Fue a su recién asignada oficina, una mesa arrinconada en el espacio comunal de la redacción. Omar revisaba el equipo sobre el escritorio. Tenía un ordenador portátil, apartado en la esquina y visiblemente anticuado. Reprimió su ira y saludó al técnico. Este guardó la profesionalidad, devolviendo el saludo y mostrándose cordial.
–Trabajar de nuevo contigo será difícil. Solo quiero hacer bien mi trabajo.
–Yo pretendo hacer lo mismo. Por absurdo y ridículo que te parezcan mis instrucciones tienes que acatarlas al pie de la letra.
–Hombre, eso me parece algo excesivo. Todas tus instrucciones…
–Tenemos una actividad paranormal en la calle Clérigo Alvarado.
–¿Cómo? ¿Tienes un caso tan pronto? Pensaba que sucedían raras veces…
–El plan es ir con cámara en mano, yo delante de la acción, narrando los acontecimientos. Quiero que te quedes a dos metros de distancia. La acción tiene que ser en primera persona. El plano que quede cerrado, jugando con los primeros planos y los planos de detalle.
–Me hago una idea.
–Pues nos vamos, no perdamos más tiempo.
Omar guardó el equipo en la bolsa de trabajo y salió tras Simón. En la entrada del edificio, el presentador se detuvo en seco. Quería empezar con el logo de la cadena en el encuadre.
–Prepara la cámara y no la guardes hasta que regresemos. En cuanto estés preparado, avisa.
–En tres, dos, uno…
–Hola a todos y bienvenidos a Hora oculta. Soy Simón Izquierdo y voy a recorrer a vuestro lado la senda que nos lleva hacia el misterio. En esta ocasión, el fenómeno que abordaremos es el de la posesión. Nos desplazamos a una conocida calle de la capital para conocer este suceso. Síganme a partir de ahora, esto es… Hora oculta. –Simón dejó unos pasar unos segundos. –Vale, corta ya.
–¿Posesión?¿Es en serio? ¿Cómo sabes que no es otra cosa?
–No me cuestiones, coño. Todo este fenómeno es veraz. Sigue grabando mientras conduzco.
–Lo que tú digas… Eres el que manda.
Desde el coche, Simón Izquierdo continuó hablando del fenómeno del exorcismo. Omar captó la imagen llena de momentos que editar. El presentador insultaba compulsivamente a otros conductores en mitad de la frase. Fumaba un tabaco denso, liado a mano, que dejaba un olor persistente. Omar lo reconoció al instante.
–Eso que fumas parece marihuana.
–No solo lo parece.
–Estás loco. No puedo sacarte fumando eso. ¿Y si nos para la policía?
–Tú solo graba. No pasará nada. Estamos llegando.
Simón terminó el tema de introducción, continuaron la grabación después de aparcar. En la entrada del domicilio, una nueva toma inició el grueso del programa. Con una entrada sensacionalista, el reportero inició un ascenso innecesario por las escaleras del edificio antiguo. La cámara lo seguía a dos metros exactos, captando el ascenso lleno de alusiones a entidades demoniacas. Simón exponía los seres oscuros más poderosos, capaces de realizar un acto como aquel. Se detuvo frente a la puerta de la vivienda. Llamó al timbre y esperó. Una mujer de unos cuarenta años abrió la puerta.
–¿Quienes son?
–Simón Izquierdo, soluciono problemas. Hemos hablado esta mañana. Vengo a ayudar a su hija.
–Sí, me acuerdo. Pasen. Es usted muy querido en esta casa. Veíamos todos los programas de Vértigo por lo extraño. Me alegro de que esté aquí, es el único que puede ayudarme.
Los dos siguieron a la mujer por el pasillo hacia una habitación con la puerta cerrada. La mujer entró despacio en la oscuridad. A los pocos segundos, abrió de golpe la persiana, iluminando la estancia. En aquellos momentos, la chica comenzó a rugir. Simón y Omar irrumpieron dentro. La chica, una adolescente de catorce años, zarandeaba a su madre como si fuera un muñeco. Simón gritó unas palabras incomprensibles. La chica fue rechazada por una fuerza desconocida. Acabó de vuelta en la cama, abrazada a sus rodillas. El presentador rodeó con sus brazos a la impresionada madre, protegiéndola de la violencia.
–Titanismo, una característica de la posesión. –su mirada quedó fija en la cámara a pesar de hablar con la afectada madre. –Cálmese, está a salvo. He rechazado el poder maligno con las palabras del saber oculto. El mal teme el conocimiento de dios. Huye de él.
–¿Qué podemos hacer? Tiene que ayudar a mi hija…
–No se preocupe. –Simón dejó de mirar a cámara y se centró en la chica. –María Luisa, escúchame. Debes luchar contra ese ente invasor.
–Morirás, hijo de puta… –La voz que pronunció aquella amenaza era más grave de lo que correspondía a una adolescente.
Con las mismas palabras incomprensibles, hizo retorcerse al cuerpo de la chica en un dolor insoportable. Le ordenó que se tumbara, la niña obedeció forzada por la fuerza psíquica de Simón. Sacó un péndulo del bolsillo y lo situó a pocos centímetros del pijama. Ella no se movió ni un milímetro aunque insultaba al especialista con aquella voz gutural. Omar estaba captando aquel momento con asombro. A continuación, el péndulo comenzó a girar de forma llamativa sobre la muñeca izquierda de la chica. Simón levantó la manga y descubrió una pulsera de plástico. Era de colores chillones. El giro se incrementó hasta alcanzar la velocidad de un ventilador. La madre emitió un grito ahogado.
–No se preocupe, es una buena señal. Significa que todo es más sencillo. No tendré que recurrir al ritual romano de exorcismo. Se trata de una posesión por objeto maldito. –Simón cortó la pulsera de hilos llamativos con una navaja automática sacada de su bolsillo. Guardó la navaja y sacó un mechero. Prendió la pulsera sobre la papelera metálica de la adolescente. –De esta forma, acabamos con el vínculo que el espíritu tiene con esta existencia. Si quisiéramos salvar el objeto, como un anillo caro o una pieza de alto valor sentimental, tendríamos que realizar una limpieza del objeto mediante un ritual de purificación. Como digo, no es el caso. Nos limitamos a destruir el vínculo. Su hija se pondrá bien en cuestión de minutos. María Luisa, respira profundamente. Poco a poco, muy bien.
La chica dejó de respirar con agitación, normalizando su ritmo a una frecuencia regular. Habló con voz suave, amable; nada que ver con la anterior.
–¿De dónde sacaste esa pulsera, María Luisa?
– Una niña las vendía ayer para combatir el hambre del cuerno de Somalia.
–Magia africana, sin lugar a dudas –dijo Simón mirando a cámara –. La niña ni siquiera sospechaba que sostenía un objeto letal en sus manos. El mal se vuelve a abrir paso a través de la candidez de los niños. Si te regalan algo, hay que hacer un lavado energético. Yo siempre lo recomiendo. ¿Recuerdas algo más, María Luisa?
–Todo es una nebulosa de imágenes. Notaba como algo tiraba desde mi interior. Entonces, perdía el conocimiento. Me aterraba tanto aquella sensación que no me atrevía a moverme.
–Entiendo, pequeña. Ahora descansa. Has tenido una experiencia muy extrema. Nosotros nos marchamos con la satisfacción de haber realizado una buena obra.
El presentador y el técnico abandonaron la vivienda. El descenso fue en ascensor, con varias frases de reflexión que el presentador decidió no incluir en el reportaje. Retomaron el plano del portal, donde concluyeron la experiencia. A mitad de toma, tres jóvenes interrumpieron al presentador.
–Hostia chavales, que estamos grabando. ¿No podéis esperar?
–Nos tienes que pagar.
–Pero si iba a hacerlo. Terminamos la toma y os doy lo prometido.
Simón retomó el diálogo desde el momento antes de la interrupción. Terminó el programa con una despedida a su público, esperó unos segundos con una fingida sonrisa y se movió hacia los jóvenes encendiendo uno de aquellos cigarros liados a mano.
–¿Cuando os he fallado para que exista esta desconfianza, Manuel? Si os digo que os voy a pagar es porque os voy a pagar.
–¿Qué hago, jefe? ¿Quiénes son estos? –Omar se mostró desorientado. No esperaba aquella interrupción.
–Nada, corta. Unos chavales que me han hecho un favor.
–La última vez tardaste dos semanas en pagar–prosiguió el joven alto y obeso –. Necesitamos la pasta. Cien por cabeza, nos dijiste. Somos cuatro.
–Solo veo a tres de vosotros. No me mangonees, pequeño cabrón. –Simón buscó en su cartera, sacó trescientos euros y los entregó al joven. –Y no insistas. No vas a sacarme más dinero.
–Pero he tenido que pedirle el favor a mi hermana…
–¿Tu hermana?¿La muerta? ¿La que he liberado de una vinculación chapucera en una pulsera de plástico de los noventa? ¿Esa hermana de la que presumes haber realizado con ella tu primer trabajo?
–No, hijo de puta. La pequeña. Dijiste que guardarías la pulsera. No tienes ni idea de lo que cuesta ligar un espíritu.
–Verás, se había agarrado al huésped con fuerza. Era la única forma de hacerlo. Cuando guardas el espíritu de tu hermana por décadas, es lo que tiene. Desea volver a la vida. En cuanto a tu otra hermana… Es demasiado pequeña para tener cien euros.
–No me perdona que le obligara a estar toda la tarde vendiendo pulseras. Tengo que darle algo.
–Joder, toma. –Sacó del bolsillo un billete arrugado de diez euros. –Que se compre media tienda de chuches. Nos vemos en la próxima. No me llames, ya lo hago yo.
–Usa el WhatsApp, maldito carcamal.
Simón se quedó mirando a los jóvenes con intensidad mientras se alejaban. Omar atrajo la atención del presentador. Estaba impresionado y confuso por los sucesos.
–¿Quiénes eran esos chicos?
–Que no te engañe su aspecto. Son mayores de lo que parecen. Aún así yo soy más viejo que ellos.
–En serio, me interesa. –Simón puso la misma mirada que dirigió a los chicos.
–Jóvenes temerarios que juegan con brujería y a los que conocí por casualidad. No necesitas saber nada más.
–Pero les has encargado algo… ¿Has montado este suceso?
–El fenómeno es veraz. Producirlo de forma oportuna es parte de mi magia. ¿Tenemos para cubrir el programa?
–Creo que sí… puedo insertar imágenes de archivo para profundizar en el fenómeno de la posesión.
–Mejor que sea con objetos malditos. Tiene más sentido.
–Lo que tú digas. Eres el que manda.
Montaron en el coche y se dirigieron al edificio de la cadena. Había que editar aquel metraje antes del día siguiente. Omar se mostraba confuso por primera vez en su trabajo. Simón sonreía. Había convencido a su compañero, lo veía en su mirada. Ensoñó con la idea de que el público consiguiera aceptar el programa. Aquello podía ser el resurgir de su éxito. En su cabeza estaba dando vueltas el siguiente episodio.