Una mano afortunada
Alan Wallace decidió abandonar la caravana de peregrinos en aquel asentamiento. Había mucha actividad en aquellas calles a medio edificar. Estaba en la rivera de un río caudaloso y amplio que proporcionaba agua directa de las montañas. El pueblo se llamaba Dalton Creek. La forma de herradura sobre la que se erigía el pueblo llamó la atención de Alan. Aquello le pareció un signo de buena suerte. Su mujer, Silvia Wallace, no estaba convencida con la idea de quedarse. Se dejó convencer, dirigiendo la carreta hacia el interior de la población.
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