
Tres empleadas
Las tres chicas solían acudir al café Francesco, era el más cercano a su puesto de trabajo. Aquel día necesitaban evadirse de los problemas que tenían en la oficina. Francesco saludó con afabilidad. Las mujeres respondieron con poco entusiasmo. Catherine Anderson había vuelto a hacerlo. Se había ensañado con las tres. Fueron ridiculizadas delante de James, el director del proyecto. Tenían una expresión sombría en el rostro, mezcla de impotencia y hartazgo. El llanto, frenado en las gargantas, estaba a una mirada torva de florecer en cualquiera de ellas. Alice fue la que rompió el silencio.
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