Temor natural
Era la primera incursión que iba a realizar sobre la superficie de aquel planeta. La chica de veinte años respiraba con agitación debido al nerviosismo. El mono blanco que vestía se amoldaba al cuerpo con cada inhalación. Sobrevolaban la zona occidental del mediterráneo en una nave nodriza invisible para la tecnología de aquella civilización. Vio su reflejo en las pantallas que ofrecían imágenes de la superficie. Diseñaron su aspecto como el de una europea de aquella zona. Aunque era una híbrida entre especies, su lado humano palpitaba con más potencia. Los sentimientos pulsaban ante la atenta mirada de los demás Zitriel. Recibía el apoyo de su comunidad con cada emoción que ensombrecía sus pensamientos.
Una mano de cuatro dedos se posó sobre el hombro derecho de la chica. Ella se giró hacia la criatura alargada y esbelta aunque de pequeño tamaño. Vestía un mono blanco similar al de ella. Era de piel grisácea con ojos grandes y negros. Dos fosas nasales minúsculas acompañaban una boca apenas mayor. La ausencia de cabello hacía destacar la silueta de la humana. El pelo castaño de la chica enmarcaba una cara armoniosa de facciones suaves. Ella sonrió, la comunicación entre ellos fue mental.
–Tengo tu identidad, te llamarás Melisa a partir de ahora. Será el primero de tus nombres.–La figura alienígena entregó una bolsa de cuero marrón a la chica. Ella la acomodó en el hombro.
–¿El primero? ¿Cuántos voy a tener?
–En el lugar donde te hemos asignado debes tener tres nombres. El primero es el más importante. Será por el que respondas con más frecuencia. El segundo y el tercero están en los documentos. Aluden a tu familia.
–¿Familia?¿Es lo mismo que colonia?
–Es parecido aunque bastante menor en la composición de su número. Ellos establecen su sociedad de forma distinta. No corras el riesgo de pensar que son como nosotros. Son demasiado tóxicos para nuestra psique.
–Cualquier malentendido podría poner en riesgo mi existencia y no podré reportar a la colonia. Seré una vergüenza para los Zitriel si no consigo traerlo de vuelta.
–Todos somos conscientes de ello. No bajarás indefensa, tendrás un desintegrador. Estaremos enlazados mediante este anillo. Sólo conservarás el vínculo conmigo hasta finalizar la operación. –Melisa tomó el anillo metálico. De forma automática, se adaptó al dedo índice. La chica notó un pequeño pinchazo. Estaba conectado a ella como una extensión de su ser.
–¿Durará mucho esta misión?
–Eso dependerá de lo que tardes en encontrarlo. La última vez que lo detectamos estaba en la capital. Su nombre otorgado es Ángel Robles Martínez. En cuanto llegues a él, deberás conducirlo al enclave religioso que tienes en mente. Allí os traeremos de vuelta.
–¿Y si está muerto?
–Reporta la localización de sus restos. Tomaremos las muestras que queden y procederemos con una nueva clonación. Nada muere en la colonia.
–Nada muere en la colonia… Está bien, bajadme cuando esté todo preparado.
–Aprovecharemos la noche y te materializaremos en el último lugar donde Ángel fue detectado. Acto seguido, moveremos la nave a órbita alta. Tu misión habrá comenzado.
Melisa asintió y relajó el cuerpo mientras miraba a las pantallas frente a ella. Un fogonazo de energía la trasladó a la superficie del planeta en el lugar acordado. El contacto con aquella realidad conmocionó a la chica. Se encontró en un pequeño piso dividido en cuatro habitaciones. Estaba en el servicio, frente al lavabo. El espejo reflejaba una imagen impoluta con aquel uniforme blanco. Sintió un ruido mental que la obligó a bajar de intensidad su consciencia empática. El anillo de su dedo le comunicaba una descompensación entre su estado físico y la atmósfera de aquel lugar. Melisa corrigió, a través del anillo, aquella descompensación. Se sintió mejor de inmediato.
En aquel lavabo brillaba el localizador de Ángel. Melisa tomó aquella pieza en su mano. Observó que latía una tenue luminiscencia verde, en lugar de la azul que proyectaba ella. Aproximó su propia joya y realizó un intercambio de energía entre los dos artilugios. Las imágenes llegaron a la cabeza de Melisa sin que ella pudiera descifrarlas. Eran confusas, emocionalmente pesadas. Algo no había salido bien con la incursión de su compañero. Todo desembocó en la dimisión de Ángel, despojándose voluntariamente del vínculo con la colonia. Usó aquel nuevo conocimiento acerca de la sociedad local para adaptar su mono blanco en ropas autóctonas. Las moléculas del traje se agruparon, formando una falda-pantalón y una camisa con chaqueta. Decidió jugar con los matices de marrón oscuro para que la bolsa no desentonara.
Poco a poco fue asimilando las experiencias que Ángel había dejado en el anillo. La infiltración fue difícil en extremo. Nada más llegar, dos humanos vestidos de uniforme lo retuvieron por no llevar la cara descubierta. Aquella norma dejó al explorador desarmado unos minutos. Tampoco el enlace con la colonia tenía conocimiento de aquella nueva norma. Los humanos procedieron con la detención y lo llevaron a un edificio donde lo sometieron a tortura. Tras intentar dominar sus emociones, Ángel recurrió a su anillo. Los rayos desintegraron a sus torturadores y fundieron la puerta de seguridad. Ángel abandonó aquel edificio dejando siete montones de ceniza a su paso. Lo que más sorprendió a Melisa fue el pesar que su compañero sentía con cada desintegración. Para los humanos, la muerte era definitiva. Todo muere en su colonia.
Comprendió al instante que las emociones que experimentaba como humana podían volverse en su contra. Ángel había esperado demasiado en reaccionar por proteger las vidas de aquellos humanos. Dominaba un sentimiento de afecto y precaución. Debía anular aquellas emociones si deseaba concluir con éxito la misión. No cometería los mismos errores que Ángel. Salió de aquella vivienda tratando de hacer un recorrido por los lugares que aludían los recuerdos impostados. Había revisado la documentación dentro de la bolsa por si acaso era interrogada. Cruzando la calle había un local donde servían bebidas alcohólicas. Llegó para observar a un humano de brazos cruzados y rostro cubierto por una tela blanca y ajustada a la boca.
–Sin mascarilla no puede entrar.
–¿Cómo dice?
–Son las nuevas normas.
–Créame, no existe ninguna amenaza ahora mismo salvo la polución ordinaria de los vehículos a petróleo.
–¿Es usted, una negacionista de esas? Aquí se entra con mascarilla o se va a su puta casa. De lo contrario, llamaré a la policía para que le metan un PCR por el culo.
Melisa metió la mano en el interior de su chaqueta. El tejido se formó al instante como una mascarilla igual a la que llevaba aquel humano. Se la colocó sobre la cara y accedió al interior del establecimiento. Tomó asiento en el último taburete de la barra. Examinó los recuerdos de Ángel y seleccionó una cerveza como bebida. El propietario de aquel lugar le puso la pequeña botella en frente.
–Ya puede quitarse la mascarilla. Conozco a los listos como tú, que me ponen todo perdido por hacer la gracia y no bajarse el trapo.
Confundida, desplazó la mascarilla hasta la barbilla. Estableció conexión con su enlace en la nodriza. Aquella situación la mantenía perpleja. Parecía una especie de sometimiento social donde usaban el absurdo como control. De pronto, aquella tela había dejado de tener importancia. Su enlace evaluó la situación.
–Es debido a un movimiento entre poderes planetarios. Se está cambiando de orden establecido y hemos llegado en medio de todo el proceso. Sigue la corriente en la medida que puedas y evita el conflicto. Contactaré contigo más adelante.
Cuando volvió en sí, encontró a aquel humano hablando de forma interrogativa. Parecía molesto por algo aunque no adivinaba el origen de aquel enfado.
–Entonces, ¿eres negacionista de esos? ¿No te crees el virus que nos está matando a todos? Hay que ser insensata… Eres muy guapa pero también muy insensata. Se está muriendo gente a puñados todos los días… Está la televisión con eso desde hace meses.
–Lo siento, no quería ofender.
–No si hay gente que es inconsciente, como pareces ser tú. Pero hay otros que son gilipollas y se vuelven negacionistas. Luego vienen con el puto chiste de la mascarilla, me tiran todo por el suelo y se van sin pagar la cerveza.
La intensidad del enfado que mostraba aquel humano puso en alerta a Melisa. Se levantó del asiento y se alejó unos pasos hacia atrás mientras se colocaba la tela en la cara.
–Mil disculpas, señor. Debo marcharme.
–Pero págame la cerveza, mujer. Son dos euros.
–No la he tocado. Adiós.
Había intentado leer la mente de aquel tipo. Era un sinsentido de pensamientos básicos en bucle girando en torno al mismo problema. Allí no iba a encontrar ningún rastro. De pronto, sintió aproximarse a aquel humano. Gritaba que le pagara la consumición. Ella suprimió sus emociones, como se había prometido delante del espejo. Señaló al humano, que había salido de detrás de la barra hacia ella.Un rayo de energía surgió del anillo. El montón de cenizas cayó al suelo lleno de cáscaras de frutos secos y servilletas. Ella salió del bar en busca de otras pistas que le condujeran hacia su compañero.
Los motivos de Ángel por deshacerse de su comunicador eran incomprensibles para Melisa. Anduvo por todas las zonas donde los recuerdos de Ángel eran más intensos. No consiguió ningún resultado en las zonas más cercanas. A su alrededor, los humanos recorrían sus caminos con la cara tapada y temerosos de acercarse entre ellos. Sin embargo, cuando daban con otros semejantes, se olvidaban de la distancia y unían sus codos o sus puños. Desorientada por aquel comportamiento, decidió recorrer a pie los doce kilómetros que le separaban del recuerdo más intenso de Ángel. Era un centro comercial donde pasaba gran parte del día.
Notó algo especial en aquel edificio. Desde que accedió al interior, había recibido a tres personas que le daban la bienvenida. La gente no usaba mascarillas y sonreía entre sí. Según iba ascendiendo por aquel centro comercial, mayor era la temperatura y la calidez humana. Al llegar al último piso, se encontró con dos humanos uniformados que le impidieron el paso. Aquel contraste de amabilidad levantó sospechas en Melisa. Insistió una vez más en traspasar la barrera, en aquella ocasión sometiendo telepáticamente a sus oponentes. No funcionó, las mentes de aquellos humanos estaban dominadas por otra entidad. No podía ser otro que Ángel. Melisa dejó dos montones de ceniza antes de cruzar la puerta. Tras ella, un extenso despacho ofrecía una variedad de humanos de todas las clases y tamaños reunidos como si fueran rebaño. Las vestimentas eran escasas o carecían de ellas. Ajustó la apariencia de su ropa a un modelo de dos piezas que revelaba más de lo que cubría.
Aquel extenso despacho se dividía en compartimentos donde se sometían a los presentes a laceraciones, perforaciones y prácticas sexuales. Todos los humanos allí reunidos parecían sometidos mediante el poder mental de Ángel. Localizó a su compañero rodeado de machos y hembras en un extraño juego sexual. En cuanto vio a Melisa, se levantó para recibirla. Era de piel blanca y cabello rubio, con una barba descuidada y escasa en densidad. Ella sacó el anillo que le pertenecía y que pulsaba con un destello verde intenso.
–Has venido por ellos… Sentía que debía quedarme. No quiero regresar.
–Te das cuenta de lo que estás haciendo, ¿no? Sometes a esta especie inferior para satisfacer tu recién adquirido ego. Me ha costado un tiempo darme cuenta de tu primitivo estado. No entendía qué te había sucedido.
–Necesitaba prolongar mi estancia en esta zona, con ellos. Me enviaron a recoger muestras genéticas. La mejor forma era mediante la aproximación sexual. Aquello despertó un ánimo oscuro que me he dedicado a explorar desde que surgió.
–Entonces, ¿has realizado la misión para la colonia?
–Afirmativo, desde las primeras setenta y dos horas. Sin embargo mi estado emocional ha sido trastocado desde el comienzo. Creo que sufrí una contaminación empática debido al incidente con la policía. No debí permitir que me torturaran.
–En eso estoy de acuerdo contigo. Esta especie es extremadamente violenta, incluso cuando se aparean. Vístete y vámonos. Debemos salir de la ciudad hacia el noroeste. Nos recogerán en el enclave religioso.
–¿Ese enclave? Aquí lo llaman el valle de los caídos. Debo ir contigo pero toda esta gente me encadena emocionalmente. Será duro dejarlos.
Melisa configuró el desintegrador en modo ráfaga. En cinco segundos había acabado con todo aquel rebaño. La ceniza quedó suspendida en toda la estancia.
–¿Qué has hecho?¡No puedes matarlos de esa forma!
–Calla y vístete de una vez. No pienso cometer los mismos errores que tú. Ya no importa esa cadena emocional que decías.
Ángel tomo un batín del suelo y se lo colocó sobre los hombros. El tejido se amoldó a su cuerpo y se transformó en un traje de corbata con zapatos a juego. Tomó el anillo que le ofreció Melisa y se lo colocó en su dedo índice. El malestar de su pobre existencia comenzó a descender. Pronto estaba inmerso en su conexión con la colonia. Sintió vergüenza por el comportamiento que había mostrado, la colonia era más importante que el individuo. Los ecos del enlace en la nodriza fueron comprensivos. Estaba perdonado por sus semejantes. Podía regresar a casa. El enlace abrió un portal que estaría activo durante tres horas. Debían acudir al lugar de extracción cuanto antes.
Los dos abandonaron el centro comercial en un Audi negro, propiedad del director general de aquel negocio. Ángel había adquirido todos los bienes de sus seguidores. Con el navegador interno de aquel coche, localizaron el camino hacia el lugar de evacuación. El viaje transcurrió tranquilo y con poco tráfico. Faltaban apenas veinte kilómetros para llegar a su destino cuando se encontraron la carretera cortada. De nuevo, los humanos parecían impedir su progreso. Ángel detuvo el coche, ajustando la mascarilla en su rostro. Melisa lo imitó. Un agente se aproximó a la ventanilla y les pidió que bajaran. Debían hacerse unas pruebas si querían continuar. La pareja salió al exterior. Una ambulancia estaba detenida al extremo de la carretera.
–Es un test PCR que deben realizar, por la seguridad de todos. Tendrán que esperar el resultado antes de continuar.
–Pero agente, llevamos prisa, si pudiéramos saltar este inconveniente…
–No, Ángel. No empecemos a reproducir los mismos errores. Tenemos que irnos.
Melisa preparó su anillo y esperó a que su compañero hiciera lo mismo. Ángel asintió y activó su desintegrador. En medio minuto la pareja había evaporado hasta los vehículos de la zona. Montaron en el Audi hacia la cruz del valle ya sin contratiempos. En el momento en que aparcaron el coche, sus enlaces los guiaron hasta los túneles de energía. Con dos destellos, Ángel y Melisa estuvieron de vuelta en la nave. La misión había finalizado con éxito. Sólo esperaban no tener que regresar a aquel desquiciado mundo nunca más. Aquellos humanos les habían despertado un temor natural.