Extranjeros
Recibí la llamada de Raquel dos días antes de la fiesta. Me había causado cierta emoción volver a hablar con ella. Hacía tiempo que no sabía nada de ella. Me planté el día indicado en aquella finca. Estaba a unos veinte kilómetros de la ciudad.
Conocía el lugar, acudí con Raquel cuando tomaron la decisión de comprar el terreno. Habían montado un pequeño escenario al lado del porche. Quedé sorprendido por aquella vieja casa. El año anterior aquel edificio era una ruina. La habían restaurado desde los cimientos. Tenían un amplio espacio exterior que lo habían dividido en cuatro partes. La zona más cercana al porche estaba ajardinada, habían creado un huerto al fondo, frente a unos setos que delimitaban el final de la finca. En los dos espacios restantes, habían colocado un gallinero y un corral con cabras. Una decena de paneles solares daba energía a toda la finca. Era un complejo perfecto para ocho personas. Más allá se extendían campos labrados que terminaban en una cordillera baja.
Invitaron a cerca de cien personas. Casi todos eran amigos cercanos. Yo pertenecía al grupo del pasado. No pude eludir la invitación de Raquel, había una promesa velada en aquel ofrecimiento. Dijo que podía pasar la noche en su habitación. Me dio dos besos y me presentó a todos. Fue agradable hablar con antiguos conocidos. Ocupé un hueco delante de la barra improvisada, montada al lado del escenario. Tomé unas cervezas aunque pronto se acabaron los temas de conversación. Raquel se marchó a probar sonido con el grupo. Antes me dejó al cuidado de Goku, su mascota. Se acercó a mí con timidez, oliéndome la mano. Era rubio, con el pecho blanco. El único perro de la casa, mezcla de mastín con alguna raza desconocida. Le ofrecí una rodaja de salchichón. La tomó con cuidado y se quedó a la espera. Dejé de prestarle atención en cuanto comenzaron los primeros acordes. Me sumergí en seguida en el concierto. La música no era para tomársela en serio. Los temas eran conocidos e invitaban a tararear los estribillos. Raquel estaba sobresaliente con la batería. No le quité el ojo de encima hasta que Goku comenzó a ladrar. Se había alejado hasta el huerto. Me acerqué al perro y lo tranquilicé. Goku estaba alerta frente a uno de los setos que delimitaban el final de la finca. Pensé que se trataba de algún animal. En ese momento fui iluminado por una pequeña luz. Tenía la misma intensidad que el flash de mi teléfono. El perro ladraba asustado. Unas figuras bajitas se movían con sigilo entre la vegetación. Creí que se trataba de un grupo de niños planeando alguna trastada. Decidí acercarme, Goku me siguió, ladrando con mayor intensidad. Separé las ramas de los setos con cuidado. Encontré cinco figuras con aspecto inesperado. Eran de cabeza abultada, lisa y sin pelo. Los ojos eran negros como carbones apagados, rasgados y enormes. Vestían un uniforme blanco de una sola pieza, sin emblemas. Me quedé paralizado por la impresión. No tuve miedo. Estaba sorprendido, simplemente. Aquellos seres mostraban curiosidad por la música. Les estaba agradando el concierto. Goku había dejado de ladrar aunque gruñó cuando uno de aquellos seres se aproximó a él. El perro permanecía pegado a mí. El lenguaje con ellos fue inmediato. No me hablaban directamente, percibía sus ideas. Yo me expresaba con normalidad, hablando despacio. Las cuatro cervezas que había bebido me ayudaron a ser cordial. Me presenté con mi nombre, considerándolos extranjeros. De hecho, lo eran. Parecían excitados. Se acercaron al enrejado y disolvieron el metal como si fuera agua. Los cinco pasaron a la finca, en fila india. Agachaban la cabeza a modo de saludo al pasar frente a mí. Los detuve antes de que siguieran avanzando. Su aspecto asustaría a todos. Las entidades adoptaron apariencia humana. La mía, para ser más concretos. Los cinco alienígenas se dirigieron al jardín, imitando hasta el último de mis movimientos. Fueron tocando a todos mis amigos para atraer su atención. La gente dejaba lo que estaba haciendo y los seguía hasta el campo labrado, detrás de los setos. No supe reaccionar, la gente pasaba delante de mí, ignorándome. Permanecían inmóviles, mirando al suelo, cuando alcanzaban la posición marcada por los entes. Mis manos recibían una descarga eléctrica cada vez que intentaba tocar a alguno de mis amigos. Nadie se opuso a las criaturas, ni siquiera Raquel, la última en acudir al círculo de personas. Goku ladraba para atraer su atención. Ella caminaba sin mirarnos. No existíamos. Habían hipnotizado a todos. Yo no caí bajo aquella dominación por alguna causa desconocida. Uno de los seres, todavía con mi apariencia, me informó de sus intenciones. Se los llevarían en su nave y regresarían en un tiempo. Yo les comenté que no podían hacer aquello, que tenían familiares y amigos. Los echarían en falta. La criatura no me respondió, tomo el aspecto de Juan José como única respuesta. Me sonrió. Luego adoptó su apariencia habitual y se reunió con los de su especie. Se iluminó el cielo encima de nosotros. Acto seguido, un destello cegador me obligó a apartar la mirada. Mi alrededor quedó en silencio. La gente había desaparecido. Miré alrededor. Los instrumentos del concierto estaban abandonados. Las cervezas a medio consumir, los cigarrillos humeantes en los ceniceros… No quedaba nadie.
Mi primer impulso fue huir de allí. Llegué hasta mi coche y traté de encenderlo. Muerto. La batería estaba descargada. Acaricié al perro, que esperaba al lado del coche. Me resigné a pasar la noche allí. Regresé a la casa y traté de convencerme de que volverían. Comí algo de embutido y busqué la habitación de Raquel. Goku se acostó a mi lado. Tardé muy poco en quedarme dormido.
Desperté a base de lengüetazos en la cara. Todo seguía en silencio. Me dirigí al baño para asearme con rapidez. Busqué el pienso para el perro y me senté con un café a considerar aquel suceso. De pronto, escuché un ruido detrás de mí. Ignacio, el cantante del grupo, atravesó la cocina. Caminaba con una caja metálica en la mano. Me saludó bajando la cabeza y fue directo al jardín. Lo seguí, agarrado a la taza de café. Se dirigía a la entrada, donde estaban todos los coches. Se limitó a dejar la caja al lado de su vehículo. Arrancó el motor y se alejó por el camino de tierra hasta la carretera. Dejé caer la taza de café y busqué las llaves de mi coche. Monté y probé suerte. Seguía sin funcionar. Coloqué la caja metálica a dos pasos del Opel. Lo intenté de nuevo. Fui el hombre más feliz del mundo cuando escuché el rugido del motor. Iba a marcharme en aquel instante cuando vi a Goku sentado al lado de la caja metálica. Lo monté en el asiento trasero y le puse el cinturón. Llegué a la ciudad en quince minutos. De camino a casa, compré lo necesario para el perro en una tienda de veinticuatro horas. Era domingo, el último domingo de aquella rutinaria vida.
El lunes fui directo al trabajo. Encontré menos tráfico del habitual. La mitad de la oficina no había ido a trabajar. El jefe estaba echando humo. Fue la última vez que lo vi malhumorado. El martes no acudió nadie. Ni siquiera abrieron la puerta del edificio. Regresé a mi piso, sabía lo que estaba ocurriendo. Era a causa de aquellos seres. Estaban llevándose a todo el mundo. Me entró el pánico. Por esa razón no caí hipnotizado, me usaban para llegar al resto de la gente. Retorné aquel mismo día a la casa de Raquel. No encontré a nadie aunque la veintena de vehículos seguían abandonados desde el concierto. Saludé al entrar con voz potente. No esperaba encontrar respuesta cuando uno de aquellos seres bajitos apareció ante mí. Goku ladró con agresividad. Lo calmé dándole una de las golosinas que había comprado para él. El ser agachó la cabeza a modo de saludo. Me agradeció la colaboración. Mostré mi enfado por primera vez. Quería volver a ver a toda mi gente. Le exigí que regresaran. Me aseguró que estaban bien y que regresarían más adelante. Luego se dirigió al jardín. Desapareció con un breve destello. A la mañana siguiente me despertó el sonido de las herramientas. Había gente de vuelta. Fui en pijama hasta el jardín. Creí que Raquel e Ignacio habían regresado. Cuando los tuve delante, supe que eran aquellos seres. Agacharon la cabeza a modo de saludo. Me agradecieron la colaboración y siguieron alimentando a los animales. Por la noche, volví a quedarme a solas. En aquella ocasión soñé con Raquel. Me dijo que estaban bien, que esperara su regreso y cuidara del perro.
Han pasado tres años desde aquel sueño. Las criaturas con apariencia humana disfrutan de la tierra y los animales aunque jamás pasan a la vivienda. Nunca hay más de cinco. Se presentan ante mí con la apariencia de aquellos que echo de menos. No conversan conmigo, solo asienten y me agradecen la colaboración. Sé que el planeta está vacío. Me lo comunican mediante visiones. Quieren que cambie de opinión y vaya con ellos. Lo he pensado varias veces, pero siento la frustración que sienten cuando me niego. Aquella reacción me hace suspicaz. Ellos se encargan de mantenerlo todo perfecto. Hay cerveza siempre en el barril. Las gallinas ponen diez huevos al día. El salchichón no se agota. Hay verduras de sobra y leche de cabra. Agua corriente y luz. Para ser sincero, estoy cómodo viviendo así.