Bola de fuego
Las calles de Rophean eran vigiladas día y noche. En las horas nocturnas, las patrullas se doblaban en toda la ciudad. Dentro de la ciudadela se mantenía una vigilancia constante. Cada tres horas los oficiales pasaban lista y se lanzaban los hechizos de revelación. Sac había compartido su descubrimiento con toda la guardia. Los hechizos de identidad se propagaron como la pólvora en combustión.
A la tercera hora nocturna del quinto día, la patrulla a las órdenes de Elenthen, desapareció. Quince soldados se ausentaban de un encuentro que debían cumplir. En caso de problemas, los dos cadetes debían trasladarse para informar de inmediato. Contempló el reloj de arena, incrédulo al principio. Llevaban de retraso un cuarto del marcador. El elfo activó el habla mental y trató de localizar a los demás amigos del rey. Estableció comunicación con Arkan y Spuff. El bárbaro y el enano aparecieron al fondo de la calle, enfundados en sus armaduras. Vigilaban el puesto continuo al de su compañero. Diez soldados los escoltaban. Se reunieron con Elenthen en la entrada del puesto de guardia.
Los quince hombres perdidos llegaron a la par que Sac y Murok. El hechicero iba a la espalda del minotauro, asido al hacha de dos manos. La patrulla se movía en formación descompensada, despertando la suspicacia de los amigos del rey. El acárido realizó el conjuro de revelación. Mediante la visión astral, consiguió romper el engaño. La verdadera forma del enemigo se reveló ante él. Los cuerpos de apariencia reptil ocupaban el espacio interno de aquellos desdichados. El hechicero saltó de la espalda del minotauro mientras daba la voz de alarma. En seguida, las lanzas apuntaron a los intrusos en un estrecho cerco.
–Que no se mueva ninguno de estos hombres. Capitán Emeril, realice el hechizo que le he enseñado. Podrá contemplar por usted mismo la auténtica forma del invasor.
El oficial siguió las órdenes del hechicero. La nueva visión horrorizó a Emeril. Con un esfuerzo de poder, extendió los efectos del conjuro para todos los compañeros a su alrededor. Contemplaron a aquellas desconocidas criaturas, despertando el instinto homicida en gran número de ellos.
La refriega se inició antes de que los soldados pudieran reaccionar. Aquellos intrusos actuaron sin tener aprecio por sus propias vidas. Dos de ellos se ensartaron en las lanzas para abrir una brecha en aquel círculo letal. A pesar de estar heridos de muerte, derribaron a los soldados. El ataque se propagó como una centella. Tras provocar la brecha, los dos farsantes heridos lucharon hasta ser despedazados, cobrándose tres víctimas en el proceso. Los demás iniciaron una huida que no duró más de unos pocos segundos.
Arkan y Spuff reaccionaron con determinación. Bloquearon la carrera de los impostores a golpe de hacha y espada. Murok se sumó a la lucha, barriendo con el hacha a dos manos los cuerpos de los impostores. Dos de ellos cayeron partidos por la mitad. Un tercero se despojó de la piel dañada para continuar la huida. Su repugnante forma quedó inmovilizada por la flecha de Elenthen. Un segundo proyectil aseguró la muerte de la criatura. Sac se limitó a observar al extraño enemigo. Mostraban una resistencia al dolor que se le antojaba preocupante. La carencia de emociones jugaba a su favor. Iba a ser difícil intimidar a cualquier superviviente.
Seis de los impostores heridos fueron llevados hacia el interior del puesto de guardia. No pudieron mantener con vida a los demás. Los arrojaron escaleras abajo, donde tenían las celdas. Las miradas de aquellos impostores había cambiado. Los ojos de pupila vertical penetraban en los soldados hasta despertar un profundo terror. Tuvo que intervenir Murok a la hora de encerrar a aquellas criaturas. De nuevo, Sac notaba el efecto de la magia y no había rastro de su energía en el ambiente.
–Debemos interrogarlos –dijo Arkan –. Hay que averiguar cuantos son y dónde está su guarida.
–Tendré que buscar un conjuro específico en el grimorio, déjame un momento…
Murok permanecía alerta, con su hacha apoyada en el suelo. El capitán Emeril llamó la atención de Sac antes de que pasara otra página.
–Me encargaré del interrogatorio, si no es inconveniente. –La frase exudaba auto suficiencia. La arrogancia sacudió al hombre pato como una bofetada.
–Proceda, capitán. Si se ve capacitado para ello, hágalo. Sáquele hasta la última palabra.
–¿Es tan amable de subir al primer prisionero, amigo Murok?
El minotauro siguió la sugerencia del capitán. Al cabo de unos minutos, subía los escalones de la planta baja con un prisionero en el hombro. El farsante se sacudía con violencia.
–He tenido que romperle los brazos. Quería seguir luchando.
Dejó al prisionero en el único taburete de la sala. El capitán Emeril indicó a Murok que lo sentara. A pesar de las perforaciones en las piernas y los brazos rotos, aquel impostor se sostenía en el asiento sin dificultad.
El capitán proyectó su voz hacia el objetivo, tal y como había aprendido cuando era un simple cadete. Cargó las palabras con su propio poder y esperó a que el impostor reaccionara ante el conjuro. Tras una mirada hipnotizadora, la única respuesta que obtuvo fue un denso y abundante escupitajo en el rostro. El capitán retiró aquella masa densa de su cara tan rápido como pudo. Sin embargo, los efectos de aquella ponzoñosa viscosidad comenzaron a hacer efecto. Emeril mostró signos de asfixia. A pesar de los esfuerzos por reanimarlo, el hombre cedía ante una agonía constante. Aquel ser, de pronto, se deshizo de la piel humana. Una sustancia gelatinosa cubría su piel. Exudaba un gas que picaba al contacto con los ojos. Murok descargó un golpe de hacha, dejando a la criatura inerte. Los efectos gaseosos cesaron al momento. Elenthen tomó las constantes vitales del capitán.
–Emeril está muerto. Los invasores guardan más sorpresas de lo esperado –se volvió hacia uno de los guardias –. Amordazad bien a los impostores. Hacedles tragar un trapo si es necesario. Traed al siguiente.
Murok subió con el siguiente detenido. Conforme pasaba el tiempo, la transformación de los prisioneros era más evidente. Sac encontró el conjuro que estaba buscando y lo empleó con el prisionero. Invocó un de sus elementales de aire, que retiró la mordaza. Inició una serie de preguntas directas que no provocaron la menor reacción. El prisionero mostró una mueca que pretendía ser una sonrisa. A continuación, escupió con fuerza. La masa blanquecina cayó a una pulgada del hechicero. Sac repitió las preguntas. El hechizo no sometía a aquella criatura.
–¿Qué estás haciendo? –Arkan estaba desconcertado. Pasaba la mirada de Sac a Elenthen y a Spuff.
–Estoy interrogando al enemigo. Hay algún problema que no logro determinar.
–Así no se hace, hay que darle golpes y provocar miedo. –Spuff se mostró impaciente mientras hablaba.
–Yo no tengo ni idea, es la primera vez que interrogo a alguien.
–Puede ser por el idioma –dijo Elenthen –. Cuando salí del bosque de mi familia, topé con un hombre que trató de engañarme. Me sorprendió que el hechizo de sinceridad no funcionara. Estaba pensando en élfico y aquel individuo no me comprendió.
–No puedo hablar la lengua de esta criatura.
–Usa la vinculación mental. Después, vuelve a pronunciar el conjuro.
Sac siguió las instrucciones del elfo palabra por palabra. En cuanto vinculó su mente a la demencia de la criatura, comenzó el dolor. Las imágenes incomprensibles interferían en su razón, causando un enorme sufrimiento. Murok se encargó de eliminar al impostor con un nuevo hachazo. Sac recuperó el control de su mente con la muerte de la criatura.
–Ha sido mala idea. Parece que mi magia es poco efectiva con estos reptiles, debemos intentar otra cosa.
Murok subió al siguiente prisionero. El sujeto amordazado apenas conservaba el aspecto humano. Su cara se había alargado. El minotauro retiró la mordaza y lo dejó en el centro de la sala. Los dientes eran puntiagudos y su piel lucía escamada como si fuera una serpiente. El pelo oscuro era el único rasgo que seguía siendo reconocible.
–Tenéis que ser más expeditivos –dijo Spuff, acariciando su hacha –. Con palabras no se llega a ninguna parte.
–¿Quieres intentarlo, enano? Es todo tuyo. –Sac dio un paso atrás, dando espacio a su compañero. A pesar de ser enano, era más alto que el acárido.
Spuff realizó la ronda de preguntas. Esquivó el primer escupitajo y cercenó un pie de la criatura. No hubo ni una mueca de dolor. La mutabilidad de las criaturas se mostraba acelerada, convirtiendo a los impostores en un peligro a tener en cuenta. El enano probó en su idioma natal, en el común y en el poco conocido orco. La criatura no daba muestras de conocer los idiomas. El interrogado iba sufriendo cortes y amputaciones sin que la víctima consiguiera ofrecer algo de interés. Spuff separó la cabeza del cuerpo, dando por concluida su intervención. Sac aplaudió con cinismo a su compañero. El enano se limitó a sonreír.
–Alguien debía intentarlo. No quería que el bárbaro se me adelantara.
El siguiente impostor había transmutado por completo. Murok tuvo que emplearse a fondo desde el momento en que abrió la celda. Cubrió su rostro con la parte plana de su enorme hacha, frenando el esputo de la criatura. Frenó las garras afiladas con el mango y cercenó las piernas del prisionero. Con una furia incontenible, la criatura rechazó al minotauro hasta el pasillo. Causó varios cortes en el enorme cuerpo de pelo negro. Haciendo uso de sus astas, Murok ensartó el pecho de la criatura. Separó la cabeza para rematarla con ira salvaje. Cuando recuperó el control de sí mismo, el minotauro subió con el resto de compañeros. Las criaturas se habían vuelto ingobernables. Explicó la circunstancia todos.
–Entonces, la opción del interrogatorio ha fracasado –dijo Sac –. Tendremos que recurrir al rastreo. Por suerte, ahora disponemos de cuerpos orgánicos. Será más fácil que la última vez.
–En esta ocasión, nos estarán esperando –dijo Arkan –. Debemos estudiarlo bien. Ahogar de una vez esta amenaza, cuesten los recursos que cuesten.
–¿Qué va a pasar con las dos criaturas encerradas ahí abajo? –preguntó Elenthen.
–Yo me encargaré. Buscad un relevo para vuestra guardia. Nos encontraremos en La Posada Sombría dentro de un reloj de arena.
Cuando Sac se quedó a solas, convocó la magia a su alrededor. Desde el primer peldaño de las escaleras, preparó el hechizo destructor recién aprendido. La bola de fuego salió de la palma de su mano y fue creciendo conforme se acercaba a su objetivo. La explosión prendió en llamas a las dos criaturas. La fuerza del conjuro empujó al hechicero hacia atrás. Se levantó, sacudiendo la escasa ceniza de su túnica. Los cuatro guardias, asignados allí por Arkan, fueron en su ayuda.
–Estoy bien. Un error de cálculo, nada más. Era algo que estaba deseando probar. Ahora sé que en espacios cerrados la bola de fuego es más potente.
–¿Las criaturas están muertas?
–Con toda seguridad, teniente. Dentro de un cuarto de reloj, las llamas se habrán extinguido. Pueden retirar los cuerpos después.
Sac se agachó, tomó una mano amputada de aquellas criaturas y salió del puesto de vigilancia. Tras comunicar la baja de Emeril y el resto de soldados, se reunió con los demás amigos del rey en su emplazamiento habitual.