Señor Camus
El viejo señor Camus siempre frecuentaba el Ricoletto a la hora de la comida. Aquel día se encontraba solo y sin ganas de cenar en casa, así que resolvió ir a cenar donde Lucca lo trataba tan bien. Lucca era el cocinero y el propietario del restaurante. Hacía los mejores ravioli de queso con salsa de setas que había probado nunca. El señor Camus sospechaba que era por la especie de seta o de hongo que usaba como ingrediente. También sospechaba que Lucca lo conocía de otros tiempos. Otros en los que él era muy diferente al apacible anciano de chaqueta y barba cana, siempre con sombrero y actitud calmada. Lucca lo saludó nada más pasar al restaurante. El señor Camus miró alrededor y comprobó que había más gente de la habitual, todas ellas parejas en plan cena romántica. Ocho mesas, no más. A pesar de ello, el local estaba por llenarse. Lucca estrechó su mano y casi abrazó al señor Camus. Éste lo frenó antes de que lo enredara entre sus brazos.
–Por favor, Lucca… Soy un hombre mayor… –el cocinero frenó su impulso y se disculpó.
–Me alegro de verle otra vez por aquí. Tengo su mesa libre. Pase, por favor. –El señor Camus siguió al cocinero hasta la mesa que le había citado. Era la mesa donde habitualmente se sentaba. Desde aquella posición podía controlar la entrada sin ser visto. Eran viejas costumbres de las que no podía deshacerse. Necesitaba sentirse seguro, sobre todo desde aquel día en el que cumplía setenta años. Se ajustó la chaqueta, en especial la parte izquierda de la americana. Dejó el sombrero sobre la mesa y esperó pacientemente a que llegara Luisa. Lucca lo despidió y se escabulló hacia la cocina precipitadamente. El hilo musical era de grandes baladas románticas italianas. Aquella noche estaba echando de menos a alguien pero no sabía a quién. Hubo varias mujeres, ninguna había convivido con él más de un año. No podía permitírselo. Con el tiempo dio por imposible las relaciones sentimentales. Esther lo puso en peligro. No podía ser tan descuidado. Había comprado a las mujeres cuando las había necesitado pero ya nunca volvió a vivir con otra mujer desde hacía décadas. Echaba de menos a sus nietos. Aquellos que nunca pudo tener. Luisa llegó con el agua que había pedido y la ensalada Caesar de la casa, sin pollo pero con el doble de pasas y aquel queso francés tan fuerte. Degustaba ya la mitad de la ensalada cuando pasaron tres tipos precipitadamente al local. Los vio perfectamente desde su mesa, al lado de la columna que le servía como parapeto. Fueron directamente a la cocina. Había un cuarto hombre esperando en el exterior, dentro de un coche en marcha. Al señor Camus no le hizo falta comprender más acerca de la situación. Sacó disimuladamente su Glock 17 y aplicó un silenciador al cañón, valiéndose de la mesa para ocultar sus movimientos. Acto seguido, salió del restaurante, alcanzó al coche aparcado en la puerta y amablemente indicó que bajara la ventanilla del copiloto a la persona que se encontraba dentro.
–Lárguese, abuelo. –Es lo último que dijo aquel joven. Después retornó a su lugar en la mesa. Justo cuando volvía a tomar asiento, salieron los tres matones arrastrando a Lucca desde el interior de la cocina. Uno de ellos atraía la atención de todos los comensales.
–Estamos a punto de atracarles. Colaboren y nadie saldrá herido.
Hubo exclamaciones y gritos ahogados por los cañones de las armas, entre dos de los matones controlaron los gritos.
–Sólo queremos su dinero, colaboren y nadie sufrirá pérdidas personales. El señor Camus siguió comiendo su ensalada hasta que llegó el matón que había hablado en público; le puso una bolsa de basura frente a él, llena de carteras, pendientes y collares.
–Por favor, colabore.
El señor Camus se limpió la boca con la servilleta mientras mantenía la pistola debajo de la mesa, presionó el gatillo dos veces. Apenas se escucharon los disparos debido al tumulto y los lloros de algunas personas. Antes de que los restantes pudieran darse cuenta de la muerte de su compañero, el señor Camus se incorporó y con puntería certera, derribó a ambos. El que sostenía a Lucca resultó herido en el hombro.
–No sabe lo que ha hecho, Fratelli se enterará de esto. –El señor Camus se acercó al hombre herido, caído en el suelo.
–Se lo vas a decir tú. Dile que el señor Camus te ha dejado con vida. Dile también que habéis asaltado mi restaurante favorito, iniciando una guerra. Estoy seguro de el señor Fratelli no está al corriente de todo esto, ya que conoce mis gustos y siempre ha respetado mis espacios para el ocio. ¿Sabe el señor Fratelli que estáis aquí? –El matón estaba blanco. Temblaba de dolor y no tardó en confesar que el trabajo era para Mancino, un aspirante. –Me lo imaginaba. Seguramente estabais buscando un barrio propio al que extorsionar, algo fácil y poco llamativo. Dinero fácil. Lucca no cedió al chantaje y habéis montado este numerito, arruinando la tranquilidad del restaurante y con ella también su reputación. ¿Me equivoco, joven?
El hombre negó con la cabeza, se sabía perdido. Todo el plan se había ido a la mierda.
–Ahora vendrá la policía, te obligarán a testificar contra Fratelli. Eso significa que estás muerto. Yo puedo arreglar eso. ¿Quieres que te ayude?
Asintió con la cabeza. El señor Camus disparó certeramente sobre el herido. Lucca contemplaba la escena con terror y fascinación. El anciano había dirigido una bala al corazón y otra a la cabeza con dos pequeños zumbidos del arma. El humo salía del silenciador discreto y continuo hasta que el señor Camus lo desenroscó del cañón, usando una servilleta para evitar el calor.
–Gracias por la velada, ha sido un buen cumpleaños. Como comprenderá, Lucca, he de marcharme, espero que no comente que he estado aquí esta noche.
Todavía conmocionado el cocinero, asintió. Tenía la cara llena de golpes. Las mejillas hinchadas hasta la boca impedían que hablara con la efusividad que le caracterizaba. No pudo hacer otra cosa que emocionarse, Lucca no merecía aquel maltrato, era una buena persona. Guardó el silenciador, ya frío, en el bolsillo, dejando la servilleta sobre una mesa vacía. También enfundó su pistola. Cuando alcanzó la puerta de salida, el cocinero le pidió que esperara. Fue hacia la cocina y en menos de un minuto volvía con un recipiente lleno de ravioli. Todos los clientes miraban perplejos al anciano, que sonreía, devolviendo la mirada a cada uno de ellos. Todos apartaban los ojos. El anciano cogió el voluminoso recipiente que le tendía Lucca. El cocinero tuvo una última pregunta para el señor Camus: –¿Qué le digo a la policía. –El señor Camus contestó con despreocupación: –La verdad, te han intentado atracar y un hombre ha intervenido. No necesitan saber nada más.
Cuando la policía llegó, Todos los clientes habían desaparecido. Nadie quiso declarar una vez que recuperaron sus pertenencias. La cena les había salido gratis, después de todo. Lucca contempló como la policía precintaba su local y lo interrogaba una y otra vez acerca de los sucesos. Habló de mafia, de guerras entre facciones, todo muy genérico. Lo único que decía era que alguien había salvado su negocio aquella noche. Jamás nombró al señor Camus.
2 COMENTARIOS
Me encanta el viejo, ¿para cuando más?
Poco a poco xD